Máscara (Los diamantes también son el mejor amigo de los hombres)

Joserra y Marc acordaron en reunirse en casa del primero para concretar el Plan. Se habían conocido hace unos días cuando se sacaron las navajas mientras deambulaban por el polígono industrial. Ya habían decidido qué hora sería la H, qué coche C utilizarían para el alunizaje y qué joyería J robarían. Sólo les quedaba por acordar algunos pormenores p. Después de varios güisquis solos, Joserra le abrió su corazón a Marc tanto como se le puede abrir a alguien con quién decides cometer un robo (completamente y asumiendo todas las consecuencias). Marc asumió de forma natural que Joserra quisiera utilizar una careta de Greta Garbo para el robo, y estuvo de acuerdo, y él utilizaría  la de Marlene Dietrich.

Esa noche todo salió a la perfección: Greta y Marlene estaban estupendas vestidas de negro de pies a cabeza. Dentro del coche robado se miraron lánguida y misteriosamente y realizaron un alunizaje perfecto y elegante. Se apresuraron a robar las mejores piezas y volvieron a casa derrapando, abandonando el Ford F en el descampado D y cargando con los sacos llenos hasta casa.

Pero esa madrugada, rodeado de gargantillas de rubíes y cafés solos, Joserra asumió sin sorpresa que Marc quisiera probarse una de los collares de diamantes frente al espejo.

Joserra se acercó sigilosamente a él con una corona de amatistas estilo Luis XIV y le entregó unas pulseras de zafiros y oro blanco para que se las pusiera.

Se desnudaron completamente, dejando las alhajas sobre sus cuerpos llenos de marcas,  heridos por arma blanca desde la infancia. Se hicieron fotos que quedaron cegadas por la combinación del flash sobre las piedras preciosas. Apagaron las luces y se dijeron tres veces Elisabeth Taylor. Rieron.

Nadie los vio, pero el choque de las joyas produjo un tintineo que delataba que se besaban en la oscuridad.
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Ella

Tu cigarro no se consume nunca.
Eres una estrella a punto de explotar.
No duermes.
Tú teléfono siempre está apagado.
Te quiero.
No te creo.
Pero me haces sentir especial.
Me vale.
Me humillas con tus desprecios.
Pero al menos van dirigidos a mí.
Es sólo mío este dolor.
Tu sonrisa siempre es sarcástica.
Mitómana.
Tienes pósteres de ti misma.
No sueñas.
Te vengas de mí con tu belleza.
Me retas desnuda frente a mí.
Me has robado a mis amigos.
Les caes mejor a mis padres que yo.
Siempre serán míos.
No comes.
Tu personalidad caleidoscópica.
Te ríes de mí.
Mi forma de vestir es la adecuada.
Me dices que soy un chico fácil.
Sabes que nunca llego al final.
Será que soy difícil.
Me escupiste.
No te soy indiferente.
Mis silencios son más fuertes que tú.
No sé de quién me hablas.
Pero me hablas a mí.
Eres un favor para mí.
Estoy conectado.
Te soporto soportándome.
Me obligaste a mirarme al espejo.
Me insultaste.
Tu copa de vino siempre está llena.
Me robaste mi mejor camiseta.
Dices que te queda mejor a ti.
Invadiste mi casa, mi cama.
Me obligaste a escuchar tus discos.
A leerte el horóscopo.
No me diriges la palabra.
Tus amigos que antes eran los míos.
Ni siquiera saben que existo.
Te necesito.
Querría ser como tú.
Tener a alguien que me adore.
Durante la noche agradezco.
Fui un esclavo.
Pero apareció ella.

"El aprendiz de ayunador" por Juan Carlos Ceballos Cristiano

Por motivo de unas jornadas de trabajo intensas en la oficina, llevaba tres días sin comer. Sin llevarse nada a la boca. Sin probar bocado. Y ni siquiera se había dado cuenta. Por lo que aprovechando la ocasión decidió hacer ayuno. En las últimas décadas muchos presos políticos o políticos en libertad hacían huelgas de hambre para reivindicar una causa. Este aprendiz de ayunador no sabía que excusa poner como lucha para su falta de hambre forzada. Tendría que pensar en ello. Hacer una tabla en Excel con las más llamativas o mandar un correo masivo para que la gente opinara. Él simplemente se dejaba llevar por el ayuno, pero tenía que fingir que lo hacía por una razón “seria” o altruista. Ya sabéis, una razón por la que merezca la pena morir de inanición. También había escuchado que algunas superestrellas religiosas la practicaban para estar más cerca de Dios. Tendría que pensar en eso también. Tendría que decidir a quién quería acercarse con aquello, aunque no le importase en absoluto. Lo apuntó en un post-it. Puso la foto de Gandhi en el salvapantallas del ordenador. No tendría que moverse de la silla del despacho, se alimentaría de números a partir de ahora. Pensó que nadie había propuesto una dieta basada en números. Ya sabéis, en integrales, por ejemplo. Por no hablar del dinero que se ahorraría en trajes. El cinturón y la corbata podrían ajustarse cada vez más a su cintura y cuello en cuanto fuera adelgazando. Sus compañeros de trabajo no notaron su bajada de peso. Estaban demasiado ocupados en aprender a utilizar los palillos para comer la comida china para llevar que cada noche compraban en el restaurante de la calle donde se encontraba el rascacielos. Subir los ochenta pisos en ascensor era el mejor deporte para el ayuno. Y hacía este trayecto varias veces durante el día, en los descansos. La gente admiraba a este aprendiz de ayunador por el simple hecho de que no llamaba la atención. Sabían que estaba allí, encerrado en uno de los despachos de la planta cincuenta y siete. Y no daba problemas. La taza que solía utilizar para el café ya pesaba demasiado, entonces ¿por qué hacerla más pesada llenándola de agua? Sí había oído que algunos de los mejores ayunadores se permitían el lujo de beber un poco de agua de vez en cuando o mojarse los labios, pero para él eso era hacer trampa. Pasaban las semanas y nadie reparaba en el aprendiz de ayunador. En las reuniones creían que no estaba allí o que estaba de perfil mirando a la puerta, inquieto por salir de la sala debido a algunos asuntos urgentes que debía resolver fuera. La silla de cuero cada vez se le hacía más grande. Se resbalaba y caía debajo de la mesa. Tres veces al día el aprendiz de ayunador se agarraba fuertemente a ella y daba vueltas sobre sí mismo durante algunos minutos. Era otra de las disciplinas deportivas que se imponía como ayunador. Si el resto de sus compañeros normalmente no solían hacer nada en el trabajo, escaqueándose constantemente, perdiendo el tiempo en la máquina de café o yéndose de compras, él les ganaba porque no sólo no hacía nada sino que llegó un momento en que no podía hacer nada más que ayunar. Era su propio jefe en aquella empresa. Tomaba sus propias decisiones con respecto a como conseguir los objetivos y con qué estrategia. ¡Y con el mínimo gasto! Fue un problema cuando llegaron las vacaciones de Navidad. Ya habían pasado cuarenta días desde que decidió aprovechar el tren del no-hambre que paró en aquellos primeros tres días de jornadas intensivas. Hasta su propia secretaria dejó de verle. Ella pensó que estaría en las Bahamas. Con el esfuerzo que suponía asistir a las últimas reuniones antes de acabar el año, lo confundían con un paragüero, intentaban colgarle en las orejas gabardinas y bufandas. La señora que se dedicaba a limpiar la oficina pensó que era un ficus en mal estado y lo regaba. Esto era un sufrimiento para él porque no quería tomar agua y tirar por la borda tantos días de disciplina. Cuando habían pasado noventa días le invadió un ataque de ego pensando en que normalmente los grandes ayunadores de la historia necesitaron de los medios de comunicación para dar cuenta de su proeza. No pensaba así antes, pero había llegado un punto en que sentía que estaba haciendo algo grande mientras el se empequeñecía, sobre todo porque no se apoyaba en ninguna razón que supuestamente le diera fuerzas para mantenerse en ese estado. La nada para llegar a la nada. Quería compartir esa felicidad con el resto. Como dijimos antes, su sigilosa estrategia empresarial-corporal con el mínimo presupuesto. Pero antes de intentar apretar cualquier botón, lo acabaron intuyendo sobre la alfombra de su despacho cuando se desmanteló la oficina para traspasarla a la planta setenta y tres. Pillaron in fraganti a uno de los mozos de carga llevando unos gemelos de oro blanco que adornaban las mangas de su uniforme sucio. Su familia no tuvo que gastar ni un solo billete en la incineración. Se había volatilizado. Había cerrado un perfecto trato consigo mismo. Un ayuno con un cero absoluto en la columna del pasivo del balance de su cuerpo.

NO-MICRORRELATO

Este texto no es nada interesante. De hecho, es lo más aburrido que has leído en mucho tiempo. No tiene principio, nudo o desenlace. Los crearás tú decidiendo leerlo, aguantando hasta el final y extrayendo tus propias conclusiones. Tú eres el personaje principal y el secundario. Se podría decir que es un contador de palabras. Una suma de caracteres. Una cuenta matemática. Un timo. Su género sería “cara dura”. Las “musas están de vacaciones” podría ser su título o quizás “pérdida de tiempo”. Ni  siquiera servirá para comértelo como una sopa de letras. Este texto está crudo, apuntaría que está incluso vivo. Te convertirás en un caníbal de la literatura si lo lees y tendrás una digestión pesada. Es un antídoto para que el resto de cosas que leas te parezcan buenas. Es un medicamento. Recomiendo que repases este texto dos veces antes de comenzar “El hacedor (de Borges) Remake", de Agustín Fernández Mallo. Lo peor es que ni siquiera se ha escrito bajo los efectos de ninguna droga ni por enajenación mental. No tendrá un final abierto. Aviso por adelantado que el peso del texto no recaerá en la última frase.

Las señoras que se cuelan en los supermercados son La Muerte.

Esa señora que parece indefensa es La Muerte. Carga en sus bolsas de plástico huesos y huesos de gente. Por eso se desespera cansada en cada esquina y tiene que caminar lenta, respirando tres veces seis por cada compra de carne humana que pesa. Luego en casa los maquilla para el viaje definitivo. Sólo los ricos viajan en carro de la compra. Hay varias señoras que hacen ésto. Que son La Muerte. Mediadoras de Lo Oscuro. No les pagan muy bien pero es lo que tiene haber firmado un contrato con sangre. Estas señoras no envejecerán más. Pero cambian de cuerpo varias veces. Es una de las razones por la que la población en el mundo está envejecida. La Muerte se mantiene viva.

Rayuela (Consejos de juego para hombres heterosexuales)

Muchos hombres heterosexuales juegan a la Rayuela sobre el cuerpo de las mujeres y pierden: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10.
Quizás ellas prefieran el 4, 6, 8, 9, 10, 1, 3, 4, 2, 5.
Quizás a veces sólo les apetezca el 5, 5, 5, 5, 2, 3, 5, 5, 5.
Las tetas en Nicaragua, Japón o Sudáfrica son iguales.
No pienses que todas las tetas esperan dólares.
No pienses que las tetas esperan.
No pienses.
No pienses mientras chupas sus ojos de leche mientras el Gran Ojo te observa.
Intenta conocerla mejor haciéndole una radiografía en horizontal.
Hazlo tan bien que su cuerpo retenga en su memoria de carne lo que le hiciste.
Escribe en su espalda con el dedo “aliento” y en su vientre todavía no embarazado “siempre”.
Intenta que sus orgasmos cuenten más de 10.
Que la Rayuela dure lo máximo: una calle entera, un malecón. Hasta el mar.
Leed algo después.
Tacha en tu agenda su nombre si quieres. No es un contrato.
Apunta su talla de sujetador, si quieres, pero sólo para regalarle uno al día siguiente y coser tus iniciales en él.
Y háblale de la “futilidad de la memoria” para justificar que mañana
no será sólo una cruz en la lista.
Que será algo más que Emma, Sofía o Giovanna.
Que será.
Que serás.
Que.
Que tú para ella no serás un dildo más.
Qué tú para ella serás algo más que Claudio, Tizziano o Giulio.
Que tú para ella eres también una Rayuela.

Parto (A Genoveva)

En la piscina un verso escrito por cada largo nadado.
Burbujean las ideas.

Sumergido como en el útero de mi madre me observa
como si se viese desde fuera.

Parece decirme: no vayas tan lejos a encontrar la respuesta porque es de mí de donde te llamaron.

Corto el cordón con este verso,
el ombligo es de papel rayado.

Dos hostias en los dedos de tinta
me obligan a firmar en el Libro
de familia
sin seudónimo.

Todos los poetas son primos.
Todas las madres son actrices.

Charca

Es la hora de la comida.
Un mazo sobre la mesa.
Me estoy volviendo loco o aburrido.
Me daré un baño en la charca llena de libélulas.
Paro seco. Un pie sumergido.
Hormigas de buda sobre mi palma de la mano
terráquea del mundo.
El agua forma un monasterio de almas rasgadas.
Reflejaré mis dudas de plata en las escamas
tornasoladas de los peces.
Mi esperanza sobre los renacuajos.





Calzoncillos blancos

Tus calzoncillos blancos te delatan
en la oscuridad que vienes hacia mí

Tus testículos tienen andar de pato

Y el roce del algodón con los huesos
preludio del sexo emparedado

Futuro abrazo bípedo,
resbalas levitando por el pasillo
como en el túnel yendo hacia la luz
de mi cama.

Tus calzoncillos blancos te delatan,
luciérnaga que circula tonta
en el túnel yendo hacia la negritud
de mi cama.

Sin sorpresa. Sin Susto

Tus calzoncillos blancos se camuflan
en mis sábanas.

Carretilla de obra

Máquina discapacitada
Es un perro más de metal

Vigila la tierra y la carga

Reposa vacía sobre sus muletas y su ojo rodante

(Cíclope
Dos astas
Volante)

Sufriendo la gravedad de las sales minerales
Compone la música turbulenta del camino

(Arde a la sombra)

Cruz marxista al ras
Hierro que carga amasijos de hierro

Podría construir palacios
(Es sólo una cuestión de Tiempo)

Siglos de suelo.

Columpio en el árbol

           péndulo de hipnosis infantil
 espejo de risas jocosas
                        catapulta risueña
       divertida rosa borrosa

 pájaro de cuerda y madera 
        atracción verde de feria sumisa
 esta higuera soporta tus nervios
              anexo de venas de fibra

             /silla de angelitos/

    velas de sol en la sala de espera
 es el misterio entre quién empuja
                            y vuela

(newton come brevas,
                                 nada grave).

La bala en el agua.

No hay que ser un cowboy para darse cuenta de que esta piscina tiene forma de pistola.
Después de quince largos de ruleta rusa me he sentado a tomar el sol en el gatillo desnudo.
La pistola de cloro está rodeada de margaritas y apunta directa al potro que huye asustado por la violenta forma de los azulejos azules. En el silencio
Mi metro setenta y dos se tensa esperando el próximo disparo:

Esta vez la bala volará al estilo mariposa.

2 kilómetros de puente (A Adelien)

observar el atardecer desde la entrada del Puente 25 de Abril es como poner la guinda a un pastel de nata hecho por las manos delicadas de una monja que jamás tocó sus pechos

(Camino rápido como un rayo matando ovejas)

Soy un guiño en un vagón de metro atestado de gente.
Mis pensamientos corren breves como las bolas en la jaula del bingo.

No volveré a querer a nadie. Tú serás la última.

El que de pie, siente que la cabeza está enterrada en la tierra.
Los pies pesados levitan, el agua y el aceite se mezclan.

El que templado, en su punto de combustión espontánea
sin querer hablar, haciendo de la cocina Tierra Santa y del baño celda.

Mis pupilas dilatadísimas por la excitación de vivir vendados
por un jirón de camiseta de flores gastadas.

Las veinticuatro horas con la manzana sobre la cabeza.

Afeando mi cara, dejando crecer el vello hasta que caiga al suelo.

Los pasos de pato perseguido por el zorro al que persigue el cazador gordo.

La manta del imán a 40 grados. La balanza con hierro y paja.

La alhaja bien diseñada pero falsa. La sonrisa postiza bien fijada.

La rima en a asonante cabalga sin estribos ni silla embarazada
arriesga a chocarse.

La tinta china y la pluma a desparramarse
sobre la mesa de mármol fría y expectante.

Vomito a mitad de garganta, limbo eterno y delirante.

Paz finalmente en silla de ruedas o guerra con fuegos altos, lindos y destelleantes.

(Risa entrecortada
respiración asistida
cuerpo tambaleante)

Ducha fría en verano, siesta transtornante.

Labios rojos de hedor repugnante.
Postales de la ciudad de Gante. Adelien, estás ausente en esta red social astral vibrante.
¿Puedes oírme?