Desperté de un sueño en el que estaba charlando en la cama con Benjamin Biolay.
- ¿Está bien la temperatura del agua?
- Eh--eh…sí, gracias.
- Pasa por aquí.
Me sentó en una silla que podría girar sobre sí misma. El peluquero no me preguntó que quería, se dispuso a cortar directamente la melena. Las tijeras como prolongación de su pene. No miré en toda la sesión al espejo.
- Eres muy guapo – me dijo-.
- Gracias.
Pensé que en un mundo ideal eso supondría un plus y que el corte de pelo me saldría gratis. Apareció en escena Perdita (supe su nombre porque lo tenía bordado en la solapa) y me vi sorprendido en medio de una una máster-class sobre mi cabeza.
- Éste es el undercut.
- ¡Qué guay! – gritó Perdita.
Yo sentía que no estaba ahí del todo, que todavía estaba en la cama con Benjamin Biolay. Más que nunca como un maniquí.
- Es el corte de la nueva temporada.
- (¿Cuál será el de ésta?) -me pregunté.
Casi tocando mi barbilla con el pecho, el peluquero comenzó un interrogatorio sobre mi vida personal. Y para reducir ese interés y en un acto de abulia, arranqué a hablar y a hablar mientras de mi cabeza saltaban mechones despedidos y borboteaban mis palabras entre las cuales se encontraban: Benjamin Biolay, Antonioni, café y Fin de Año.
(Suenan “The Drums” a todo volumen)
- Es la primera que vienes ¿no?
- Sí.
Mantuve los ojos cerrados el resto de tiempo. Olía muy bien: lavanda o flor de la pasión.
Entró en el cuadro una señora pelirroja con el pelo muy rizado y en ese momento sentí que dejaba de ser el protagonista. Perdita la atendió en recepción pero el peluquero no paró de cortar y contar, no se da prisa por acabar y pidió a Perdita que le lavase la melena. Me imagino qué le dirá a la señora mientras masajea sus sienes. Quizá estuvieran hablando de mí.
No me había mirado todavía al espejo, puede que estuviese muy guapo o fuese un desastre.
Pienso: podría decirle al peluquero que si me deja bien, cada vez que vaya a cortarme el pelo a su peluquería escribiré un microrrelato, y si ese microrrelato es gracioso, volveré para cortar, teñir y escribir.
Por fin la prueba, erguí el cuello y al enfrentarme a mis propios ojos, dije: me gusta mucho, gracias.