Gente que hemos dejado por el camino

Ya ni siquiera tengo vuestros teléfonos
Pienso fuerte en vuestras caras
Siento el amor que tengo al pensar en lo que os quise
Se me traba la lengua al pronunciar vuestros nombres
Pensando en si colocar vuestras fotos en las paredes
Quizás aparezca como secundario en algunos de vuestros sueños.

Dálmata

Acaricio su lomo duro como tabla de ajedrez desteñida,
blanco sobre negro sobre blanco, el cuerpo del poema, tenso
tachado y puntuado, desapareciendo en la ladera, morro enraizado
y vuelta a la porcelana fina y fría cuando duerme
porque está borracho de campo.

Chaqueta de tweed

Cuando me resguardé detrás de la cortina me di cuenta de que era el momento perfecto para recrearme en mis elucubraciones. Quería sacar algunas conclusiones de lo que había ocurrido en los últimos años. Pensé que al menos tardarían dos horas en encontrarme o quizá varios días. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan tranquilo. Nadie, exceptuando yo, sabía dónde me encontraba. Tenía mucho calor y unas gotas de sudor recorrieron mis brazos hasta llegar a mis manos. Rectas y pegadas al cuerpo. Sólo tenía que ordenar los pensamientos por importancia y reflexionar sobre ellos uno a uno hasta agotarlos. Tuve el impulso de querer quitarme la chaqueta de tweed pero tuve miedo de que me descubrieran y no poder disfrutar de aquel momento. ¿Dónde dejaría la chaqueta de tweed en el caso de quitármela? Me descubrirían si la vieran colocada sobre el sillón. Estaría obligado a salir de detrás de la cortina, abrir el armario y colgarla en una de las perchas que hubiese libres. Otra gota cayó cosquilleando mi pecho. El estampado de la cortina hacía juego con mis calcetines. El sonido del pendulo del reloj de pared me relajaba. Fuera, el ficus centraba la atención a primera sobre la pared donde me encontraba, y eso me beneficiaba. Fijé mi mirada en el suelo y reparé que las puntas de mis zapatos oxford sobresalían de la cortina y en un impulso, abrí mis pies en una primera posición de ballet. Entonces decidí que era el momento perfecto para recrearme en mis aprehensiones.

Pizzicato


-         ¿Qué tal el violín?
-         Muy bien, pero lo he dejado en casa.
-         He pensado tantas veces en ti.
-         ¿En serio?
-         Sí, desde que me rechazaste aquel día.
-         Lo siento.
-         No me importó, la verdad es que ni siquiera lo recuerdo bien.
-         (…)
-         (…)
-         Sabes, este sitio está lleno de gente malvada.
-         ¿Sí?
-         Han robado la chaqueta a mi amiga.
-         ¡Oh!
-         Y acaban de decirme que no se me ocurriera tocarles.
-         No merecen la pena.
-         En realidad, aquel día me gustaste porque me pareciste muy británico.
-         Gracias.
-         Y me gustó mucho la chaqueta que llevabas puesta.
-         Gracias.
-         Mis padres dicen que mi chaqueta es como un saco de patatas.
-         Gracias.
-         ¿Podrías darme un abrazo?