Cortar el cable rojo o el cable azul.
No sabía cuál cortar y sólo faltaban algunos segundos.
Se me vino a la cabeza aquella tarde en la que estaba sentado plácidamente en una hamaca en el campo y tuve que elegir entre si llamar a Laura o María para acompañarme a la presentación.
Decidir entre hacer caso al corazón o a la cabeza.
No supe si debía concentrarme en las gotas de sudor o en la boca seca.
Siempre existía la posibilidad de no hacer nada, simplemente esperar para ver qué pasaba.
Inconscientemente, el color azul me daba sensación de tranquilidad y el rojo me recordaba a sangre.
Pero en China el rojo era un color que daba buena suerte.
Increíble el ramen que comí el otro día, estaba buenísimo.
Pero el ramen es japonés.
¿Qué cable cortaría un japonés en mi situación?
Comí el ramen de la forma adecuada haciendo ruido al sorber.
Muy desagradable.
Las rodillas sentían la presión y comenzaban a temblar.
Me gustaría tener un cojín mientras tomo esta decisión.
Sí, definitivamente debería haber llevado a María a aquella presentación.
Se lo tomó muy mal y Laura no se lo hubiese tomado tanto.
A partir de ahora siempre pensaré en las consecuencias emocionales que les puedan acarrear mis decisiones a terceros.
Pero en este caso las consecuencias de mi decisión de cortar el cable rojo o azul serían sólo para mí.
Rojo cara, azul cruz.
No tenía monedas en el bolsillo, sólo billetes.
No podía de ninguna forma arrancar ese artefacto que me amenazaba, lanzarlo al vuelo, asignar un color a cada lado y ver de qué lado caía.
No tomé ninguna decisión.
No tomar ninguna decisión también era una decisión.

Maleta llena de libros

He visto en una de las esquinas de tu apartamento una maleta llena de libros. Siglos y siglos. Millones y millones. Fuego y fuego de letras. Cuando llegues a tu destino, tus manos se llenarán de grietas. La cargarás como cruz de papel con sangre de tinta. Una de ruedas sería más cómoda, pero sé que te gusta el drama. Yo mataría con ella, a mi me gusta la novela negra. Si metes uno más, será comedia. Viajarán kilómetros y kilómetros los rectángulos. Son tres noches de chimenea. Un roble centenario. En tu cabeza no ocupan espacio porque saldrán críticas por los ojos nada más vaciarla poco a poco. Acostada en la cama. Abrazada a tu peluche que lee de reojo. Yo seré tu botones. Pasé la criba para el trabajo: supe quién era Wallace Stevens. Allí la veo y pesa. Forma una sola cubierta de cuero, un solo libro. La Antología de tu otoño de 2015.

Estoy triste

Estoy inspirado porque estoy triste.
Estoy triste porque estoy solo.
Estoy solo porque no me gusta la gente.
No me gusta la gente porque no me gusto a mí mismo.
No me gusto a mí mismo porque no soy capaz de responderme de dónde vengo.

Fiesta

Salta de mesa en mesa de silla en silla baila 
de esquina en esquina rompe los vasos de falda en falda 
ama de pantalón a cremallera baja del cielo 
al suelo camúflate de confetti abraza el barreño 
de ponche. 
Curva  tu cura 
ríe tu herida en la fiesta.

True love

Metí el pie en el hoyo. Pensé en demandar a la ciudad. El daño ya estaba hecho y por un momento desistí de hacerlo porque sólo pensaba en ella. En su ojos, en el contacto de su piel con la de mis manos bajo su ropa. En el contacto de mi ropa contra la suya.

Miré el reloj, pero antes metí el pie en el hoyo y pensé en demandar al Ayuntamiento de Madrid. Me lo recomendó que lo hiciera una de las señoras que vino a socorrerme y que me pegó una torta en la cabeza por haberla asustado. Me pegó con otras tres señoras que se acercaron también a socorrerme y a pegarme. Estaba anestesiado por el dolor. Pero decidí ir a buscarla al trabajo.

El viaje en metro fueron seis paradas pero con el dolor que sentía en el tobillo parecieron doce.

Para llegar a la sede de su empresa había que recorrer un parque industrial y luego un parque con algunos árboles por crecer y bancos recién pintados y solitarios. Mientras arrastraba uno de mis pies por el suelo, podía ver a lo lejos el skyline de empresas.

Cuando llegué a la recepción, vi como la cara de la recepcionista quedó desfigurada después de darme los buenos días sin mirarme, supongo que fue al levantar su mirada y verme a mí desfigurado por el dolor. Le pedí aun así, que avisara a Laura, del departamento de compras.

Me senté en una de las sillas de una pequeña sala de espera al grito de dolor. Laura apareció a los cinco minutos, sorprendida.

Hablamos a un metro de distancia.

- ¿Podemos vernos luego?
- No lo sé.
- Esperaré fuera, sentado en un banco.
- No.
- Volveré a casa entonces.

Al mirarla, recordé la última vez que nos habíamos visto. Le di la espalda y crucé de vuelta el pasillo, luego la puerta que da a la recepción y luego la puerta que da al exterior. Deshice el camino, deshice las seis paradas de metro que fueron como veinticuatro. Llegué a por fin a mi estudio, frío, marrón, abuhardillado. Comencé a llorar nada más cruzar la puerta, abatido por el esfuerzo que acababa de hacer.

No me gusta la palabra "solo"

No me gusta la palabra solo es
demasiado corta para todo lo que significa
un mar grande de silencio encerrado
en un cuerpo, un hoyo negro
profundo sin saber donde acaba como para
ser pronunciadas sólo cuatro letras. Solo
es mucho, es mucho el estado de quererse
poco
o no quererse nada a uno mismo,
solosolosolo sería mejor, un poco más larga
tendría más sentido
es más adecuada esa repetición:
como un eco de la memoria de alguien que
sí nos quiso.

Aviones sobre Lisboa

Los aviones cruzan los tejados tan cerca que el segundo en el que temo por mi vida debido a una posible colisión hace que consiga dejar de preguntarme por un momento qué hay más allá del cielo.

Dólar

-       Te he traído un regalo.
-       (le da un dólar)
-       ¡Un dólar! – ¡Gracias!
-       Puedes ponerlo en la nevera con un imán.
-       ¿Cómo que has traído un dólar de Costa Rica?
-       Se podía pagar con dólares americanos.
-       ¿Qué tal el vuelo?
-       Estuvo muy bien, no tuve a nadie a mi lado.
-       Recé por ti a la hora del despegue.
-       Ah
-       (…)
-       El vuelo desde San José si fue horrible.
-       Hum, estaba durmiendo a esa hora.
-       Ya, no se puede rezar dormido.
-       (mira de nuevo el dólar)
-       Nunca había visto uno, sólo en las películas.
-       Toma otro, utilízalo como marcapáginas.
-   Estoy leyendo el Manifiesto Comunista.
-       Utilicémoslo de otro modo.
-       Hum
-       Métemelo en el pantalón mientras bailo.