"La estación de metro de Manuel Becerra es el purgatorio"

Cojo el metro dentro de ella todos los días ida y vuelta. Una tarde me encontré con un ex que realmente tenía cara de muerto, estaba blanco marmóreo, con un semblante calmado como fuera de sí, etéreo. Para mí estaba muerto en todos los sentidos. Subía las escaleras, imagino que dirección Cuatro Caminos-El cielo y yo bajaba las escaleras, dirección Pitis-El infierno. Si yo también estoy muerto realmente, vivo constantemente en este purgativo de estación de metro. Hasta han puesto una máquina expendedora de chocolatinas y bebidas energéticas. Nunca me he cruzado ni con Dante ni con Michael Jackson, ni con Virgilio ni con Lina Morgan. La trabajadora que está en el puesto de información se llama Purificación. Los planos que reparte la verdad es que no nos sirven de nada. Siempre hacemos el mismo trayecto. Las estaciones de Metro Sur son para nosotros como las antípodas. Quizás ese ex, o yo, estemos por algunos de los siete pecados capitales: no ceder el asiento a una persona mayor o embarazada, ocupar el espacio para una persona minusválida, tener el altavoz puesto a todo volumen mientras se visualizan vídeos de TikTok, no dejar salir del vagón antes de entrar, colocarse en uno de los extremos de las escaleras eléctricas para que la gente pueda pasar fácilmente, no haber usado desodorante y no sonreír a alguien que ha sido amable contigo. Esta eternidad de túneles y pitidos de puertas que se abren y se cierran no está tan mal en el fondo, estoy aprovechando para leer toda la bibliografía de Foster Wallace. La gente en el purgatorio de Manuel Becerra es muy culta. La gente quiere aprender para santificarse, para abstraerse, mientras tanto de los asientos que queman, de los chillidos de las ratas.

Derrota

Tengo un antiguo amante, independiente, no neurótico, que es muy fanático del Real Madrid. Encontré entre sus lecturas en la mesilla: "Los mejores discursos de Florentino Pérez". Simulo que me gusta mucho el fútbol, sólo un poco, tengo familia que son buenos árbitros, alguno arbitra en primera, pero también puede hablar de Dostoievski, y eso me tranquiliza. Entre Eurovisión y un Madrid-Granada, hacemos zapping entre ambos. Yo le cuento que vivo cerca del Bernabéu como táctica para enamorarle más. En un partido importante, sólo me interesa si hay penaltis finales, como en el amor. (En secreto escondo que soy más del Atleti). Él pretende que sea una relación federada. Con carnets y palco a la serenidad. Yo sería más bien un aficionado que la monta, vitorea cuando no debe hacerlo y comenta los cortes de pelo de los futbolistas. Con él busco el empate, tampoco ganar. Siempre declina ver los campeonatos de patinaje artístico. Al menos, estamos de acuerdo con que los looks de los patinadores nos horripilan. Al menos, tengo una voz bonita, puedo retransmitir un partido con la cadencia de un poema (concentrándome). De blanco va la novia, de blanco va el Madrid, bromeo. Cuando pierde, no se lo toma mal. Al contrario, me abraza, como diciendo, sé el portero de mi derrota.

Sueños

En horizontal puedo vivir de pie Videojuego inconsciente Soy el villano y el bueno Y el feo y el guapo Me reencontré con mi primer amor Lo viví con los ojos cerrados Todo desnudo, en horizontal Vestido sin importarme lo que llevaba puesto El total look de los sueños ... En una hora viví secuencias de semanas Mi madre y mis compañeros de clase en la misma escena, mi profesor y el camarero del bar de abajo en la misma conversación ¿Quién es el guionista? Una parte de mí, supongo, un trozo de mi cerebro, un trozo de mi conciencia, trozos, un puzzle. ... Al despertar siento que mi vida es mejor por tenerla más controlada, más aburrida pero controlada ... Sólo en dos ocasiones controlé mis sueños, no soy bueno jugando a videojuegos, pero en el sueño pareciera que tenía Doritos, que estaba rodeado de la risa de mis amigos, que no me importaba morir. ... Despierto antes de que suene el despertador, el final de mis sueños no lo demarca la realidad de pitidos constantes, el sueño agónico o placentero acaba de forma natural, cuando un trozo de mi quiere. ... Materia gris Mi materia gris no es gris es de arcoiris ... Cuento los sueños, buenos o malos, para desquitarme de ellos, para que no se queden dentro de mí, ni siquiera los buenos, ahora pienso si lo que escribo son los sueños que no cuento. ... Soy buen guionista, considero que mis sueños son buenos. Yo siempre soy el protagonista. No lo hago mal, porque me conozco, los que aparecen no lo hacen tan bien, podrían hacerlo mejor, podrían ser más amables conmigo. ...

Cama

Si la tumba es tan cómoda como la cama Si la tumba es tan acogedora como la madriguera de mi cama No volvería a salir de mi tumba No volvería a salir de mi cama Quién verá mi cara en la oscuridad Sin la almohada como nube en la que reposa el ángel más bonito Que el reflejo de las escamas de un pez Que la risa de un niño.

"Sonrío fuertemente a las funcionarias (para conseguir lo que quiero)"

Casi ya no hay contacto humano. Con el móvil, un código QR y una máquina ya puedo obtener el papelito con mi número, eso sí, como si fuese el papelito del turno de la carnicería. Lo nunca visto: detrás de mí en la sala de espera, había una persona de mediana edad, guapa, pero con una red flag de las peores: tenia activado el sonido de las teclas del móvil. Yo lo miraba inquieto, imagino que él pensaba que era porque era guapo. Gracias al ayuntamiento, llegó pronto mi turno. En el puesto que me correspondía para ser atendido no había nadie. Dudé si mi miopía me había jugado una mala pasada. Pero un culo forrado en un pantalón rosa pastel asomaba a mí derecha de espaldas. Era ella. Era mi funcionaria. Fue extraño que me pidiera perdón haciéndose la sorprendida, pensaba que ella misma había sido quien había apretado el botón para dar paso a mi turno como si fuera el de la activación de una bomba atómica. Yo sonreí de la forma más natural posible. Me sorprendió que no estuviera de mal humor. Le dije lo que quería, la razón por la que estaba allí. Sus uñas eran de color a juego con los pantalones. Yo me había arreglado un poco, no tenía ropa que no fuera elegante. Parecía una cita, que ya había sido previa por teléfono con otra funcionaria. Poliamoroso de la administración pública. Imprimió lo que tenía que imprimir, dijo lo que tenía que decir, me hizo firmar lo que tuve que firmar. Llevaba el color del cordón de las gafas a juego con las uñas y los pantalones. La mesa estaba repleta de una maraña interminable de cables negros conectados prácticamente a todo menos a ella. Le agradecía por cada una de sus explicaciones sobre las hojas impresas, parecía una profesora de matemáticas o de religión. Cuando ya no hubo más que objetar, reconozco que me costó levantarme de la silla. Me sentía cómodo en aquel no lugar, acompañado de aquella no mujer, de aquella no máquina, de aquella no expendedora de papelitos con letras y números.