Después de escribir sobre mi calidad de sueño y Taylor Swift, bajé al 24 Horas, fuera de la nacionalidad que fuera, a comprar mis snacks favoritos: Cheetos Pandilla Fantasmas. Pero el plan secreto era ejercer de antropólogo exprés del fenómeno swifty, pues por los destellos de los vestidos y lazos de lentejuelas que iluminaban mi ventana supuse que el segundo concierto de Taylor había finalizado. Lo mío era un periplo. Un pequeño viaje de ida y vuelta. Un Ulises pequeñito. Buscando una Penélope de glutamato. Chicos y chicas, madres y padres paseaban tranquilos en apariencia, como cuando sales de ver una peli de Nolan, en la que no sabes si te ha gustado o no hasta después de 24 Horas. Yo silbaba Tous les garçons et les filles de Françoise Hardy, pero mis auriculares son de color rosa y no desentoné en aquella masa noqueada por la experiencia de un macroconcierto. No sé cómo dormiré hoy. Imagino que bien porque ya lo habrán gritado todo. Al contrario de su ídolo, los fans de Taylor Swift sí creo que visten bien. Me parece que les sienta mejor el look de cowboy siendo chicas de Madrid. Algunes fans llegarán a casa y tomarán un vaso de leche caliente con galletas María, otres irán a la única coctelería abierta en Cuzco, y yo adormecido, con el eco del espíritu de Taylor Swift sobre el tejado, disfrutaré de mi bolsa de mi snack favorito: Cheetos Pandilla Fantasmas.
"Ni un solo swifty ha perturbado mi sueño"
Vivo muy cerca del Bernabéu, pero justo al cruzar una de las esquinas, al fondo a la derecha, como cuando preguntas por el cuarto de baño en un restaurante, pero de aquellos en los que no sabes cómo activar los grifos, modernos, o muy modernos. De hecho he dormido mejor que nunca. Supongo que porque todo el espectáculo se concentraba allí. Me había preparado psicológicamente. Había revisado algunas de sus canciones, porque así, al menos, podría tararearlas entre sueños. No me gusta como viste. Eso es más horripilante que el ruido ensordecedor. Me molesta, porque tiene mucho dinero, y se demuestra, en ella, que el dinero no da el estilo. Es sólo una opinión. Yo guardo como oro en paño un chaleco vintage de Versace y nunca me lo pongo por no estropearlo. Eso es peor. Lo que realmente me atormentaba era el merodeo de miles de fans bajo la ventana. Todos hemos tenido doce años. Me enternece tanta pasión acompañada de sus padres. Pero uno quiere dormir. Pero ninguna niña de doce años anda de discoteca después de los conciertos. Quizás los padres. Iba a aprovechar esos dos días para tener las ojeras perfectas de artista atormentado o de modelo de Prada. Pero no ha sido así. Ando lozano, tranquilo, en el interior de mi estudio escuchando Smashing Pumpkins. Este pequeño texto es un alegato a favor de Taylor Swift. Agradezco no tener tanto dinero como para alquilar algo en frente del estadio, y además, no intentar vestir como un domador de leones.
"Ya sabéis que la estación de metro de Manuel Becerra es el Purgatorio"
Hoy me he visto a mí mismo en ella de ancianito. Se montó dentro del mismo vagón en Nuevos Ministerios y bajó conmigo en Manuel Becerra. Primero pensé: mira qué simpático, luego: qué swag tiene ese viejito, y luego: ¡ pero si soy yo dentro de cincuenta años !
Me vi un poco jorobado pero con los mismos andares sin necesidad de bastón. Siempre me imaginé con un bastón de aquellos de cabeza de pato. Desapareció entre la multitud de las escaleras mecánicas. Espero que subiésemos por fin al Cielo, deseaba pensar que no iba a la apertura del nuevo Primark en Conde de Peñalver (ya sabéis que Primark es el Infierno). Quién no ha sido un poco capullo en sus primeros cuarenta años de vida. Sonreí al vendedor de bolsos de marcas falsas como diciendo: por fin voy a ser un poco feliz en la segunda parte de mi vida. Me he visto de ancianito esperando el metro en el andén en hora punta y parecía muy en paz en el encuentro con mis recuerdos, muy resuelto en la forma de apretarme el cinturón adecuadamente por la delgadez y la vejez, y muy contento por coger todavía el metro y perderme en su laberinto rodeado de personas mucho más jóvenes que yo. No sé si soy un alma vieja, o el ancianito con el que viajé en metro era un alma joven. Yo intenté cederle el asiento, pero sin hablar, levantando dulcemente la mano, me miró nostálgicamente como diciendo: quédate sentado tú que todavía te queda mucho.
"Las señoras que se cuelan en las salas de espera del médico son peores que las señoras que se cuelan en las colas de los supermercados"
Yo iba mejor vestido y elegante que nunca. Francisco Javier, mi médico, se lo merecía, quiero decir, que yo quería que se sintiera orgulloso de verme bien después de todo. Hacía tiempo que no lo veía. En la sala de espera, cruzadas las piernas y reposada la espalda adecuadamente en la silla por una vez en mi vida, lo que parecía ser una adorable ancianita se sentó frente a mí. Yo la sonreí como diciendo buenos días. Iba tan cargada de papeles que creo que no consiguió verme. Los pacientes iban desfilando según sus nombres, como cuando en el colegio pasaban lista. De todos, los nombres que más me gustaron fueron Félix, Tomás, Arturo y Aurora. Al percatarse la susodicha ancianita de mi existencia, fijó sus ojos acuosos sobre mí y me preguntó si dentro estaba el Doctor Francisco Javier, y yo le dije que creía que sí, y que sí era necesario un ticket de refuerzo para la cita, y le dije que creía que también pero que no se preocupase que probablemente no le fuera necesario (si era tan encantadora como se suponía que era). Yo continuaba elegante pero no medí bien la temperatura de la sala y comencé a quitarme ropa progresivamente cada diez minutos. Mi hora se acercaba, ni siquiera podía continuar leyendo el libro que llevaba como complemento. Mi outfit comenzaba a asalvajarse ante la divertida mirada de la sala. Llevaba veinte minutos de retraso. Admiro mucho a los médicos. Le entendí. Y me entretuve escuchando con oído fino las llamadas telefónicas que Francisco Javier realizaba con su voz dulce y melancólica. Esa misma mañana me había quedado sin leche para el café y bajé de urgencia al súper antes de ir al médico. Fui tan puntual en la apertura como otra adorable señora que portaba lazos gigantescos, tanto en su pelo como en su chaqueta como en las puntas de sus zapatos. Pensé que nadie tan enlazada podía ser mala persona, que sólo podía ser simplemente un regalo. Los cajeros estaban en orden. Haciéndome el guay aproveché para coger un pack de seis litros de leche en una mano y seis litros de agua en la otra. Cuando tan puntuales fuimos la señora enlazada y yo al llegar a la caja, ella no había hecho la compra mensual, pero su carro parecía un árbol de Navidad de embutidos, frutas, verduras y productos de limpieza y limpieza facial cuidadosamente escogidos. Yo tenía prisa y además había llegado a la meta antes. Supongo que los lazos eran la excusa para no verme. Se coló y esperé quince minutos haciendo pesas rojo de rabia y de tan poca compasión. Spoiler ya anunciado en el título: la anciana de la sala de espera también se coló. Tenía cita para tres horas más tarde pero sibilinamente mientras el Doctor abría la puerta, se deslizó mucho más rápido de lo que se podría esperar, y mareando al personal ante esa jugada de ratón, se adentró en la consulta. Rebosante de ira y de desesperanza por la tercera edad y con la melena como la de un director de orquesta, llegó mi turno y Francisco Javier me preguntó si me encontraba bien, que qué me ocurría. Yo le contesté: Doctor, las señoras que se cuelan en las salas de espera del médico son peores que las señoras que se cuelan en las colas de los supermercados.
"El Primark es el Infierno"
Entré como si fuera un templo, por lo grande del espacio. Me había mandado a mí mismo allí. Tantas escaleras y plantas, no verdes, con neones. Estaba decidido a comprar algo, lo que fuera que me mostrase un mínimo interés o que fuera ridículamente barato. Ni que fuera un slip que me quitara nada más empezar lo que fuera. Más que la música de fondo, más tenue de lo que creía, quizás, porque los susurros de fondo de aquella masa de personas se superponían, esperaba interpretaciones de Paganini a todo trapo. Yo soy fan de Star Wars, pero no compré nada, soy fan de Scooby Doo pero no compré nada, soy fan de Mickey Mouse pero no compré nada, soy fan de Snoopy pero no compré nada, soy fan de Hello Kitty pero no compré nada. Spoiler: salí sin comprar nada. La tensión de no querer comprar nada ardía. El buen gusto quemaba. Los cajeros llevaban diademas con cuernecitos. El algodón de las camisas blancas de botones era insoportable, no eran nubes. Ni el precio bajísimo suavizaba. Daba vueltas, subía las plantas sin pensar (las secciones de hombres suelen estar o en las plantas más altas o en las subterráneas). Mi última esperanza estaba en la sección deportiva (una vez compré un pantalón de chándal azul marino que me fue muy bien sólo por el color). Me estaba saliendo rabo en el espinazo. Mi cara se ponía roja por el calor, el agobio y el ansia. Alguien se acercó y me preguntó si necesitaba algo. Yo trabajo cara al público, fue como un duelo de cowboys. Le dije que sólo estaba mirando, que estaba de paso. Era el mismísimo Diablo ofreciéndome unos calcetines. Yo no quiero a Primark y Primark no me quiere a mí. Yo no quiero al Infierno y el Infierno no me quiere a mí. Supongo que Zara es el purgatorio.
"La estación de metro de Manuel Becerra es el purgatorio"
Cojo el metro dentro de ella todos los días ida y vuelta. Una tarde me encontré con un ex que realmente tenía cara de muerto, estaba blanco marmóreo, con un semblante calmado como fuera de sí, etéreo. Para mí estaba muerto en todos los sentidos. Subía las escaleras, imagino que dirección Cuatro Caminos-El cielo y yo bajaba las escaleras, dirección Pitis-El infierno.
Si yo también estoy muerto realmente, vivo constantemente en este purgativo de estación de metro. Hasta han puesto una máquina expendedora de chocolatinas y bebidas energéticas.
Nunca me he cruzado ni con Dante ni con Michael Jackson, ni con Virgilio ni con Lina Morgan.
La trabajadora que está en el puesto de información se llama Purificación. Los planos que reparte la verdad es que no nos sirven de nada. Siempre hacemos el mismo trayecto. Las estaciones de Metro Sur son para nosotros como las antípodas.
Quizás ese ex, o yo, estemos por algunos de los siete pecados capitales: no ceder el asiento a una persona mayor o embarazada, ocupar el espacio para una persona minusválida, tener el altavoz puesto a todo volumen mientras se visualizan vídeos de TikTok, no dejar salir del vagón antes de entrar, colocarse en uno de los extremos de las escaleras eléctricas para que la gente pueda pasar fácilmente, no haber usado desodorante y no sonreír a alguien que ha sido amable contigo.
Esta eternidad de túneles y pitidos de puertas que se abren y se cierran no está tan mal en el fondo, estoy aprovechando para leer toda la bibliografía de Foster Wallace. La gente en el purgatorio de Manuel Becerra es muy culta. La gente quiere aprender para santificarse, para abstraerse, mientras tanto de los asientos que queman, de los chillidos de las ratas.
Derrota
Tengo un antiguo amante, independiente, no neurótico, que es muy fanático del Real Madrid. Encontré entre sus lecturas en la mesilla: "Los mejores discursos de Florentino Pérez". Simulo que me gusta mucho el fútbol, sólo un poco, tengo familia que son buenos árbitros, alguno arbitra en primera, pero también puede hablar de Dostoievski, y eso me tranquiliza. Entre Eurovisión y un Madrid-Granada, hacemos zapping entre ambos. Yo le cuento que vivo cerca del Bernabéu como táctica para enamorarle más. En un partido importante, sólo me interesa si hay penaltis finales, como en el amor. (En secreto escondo que soy más del Atleti). Él pretende que sea una relación federada. Con carnets y palco a la serenidad. Yo sería más bien un aficionado que la monta, vitorea cuando no debe hacerlo y comenta los cortes de pelo de los futbolistas. Con él busco el empate, tampoco ganar. Siempre declina ver los campeonatos de patinaje artístico. Al menos, estamos de acuerdo con que los looks de los patinadores nos horripilan. Al menos, tengo una voz bonita, puedo retransmitir un partido con la cadencia de un poema (concentrándome). De blanco va la novia, de blanco va el Madrid, bromeo. Cuando pierde, no se lo toma mal. Al contrario, me abraza, como diciendo, sé el portero de mi derrota.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)