"Barbacoa" 🧛🧛♂️😎
Al día siguiente fui al supermercado con Lestat. Habíamos discutido porque siempre se queda con las mejores porciones de gatos y ratas en las meriendas. Yo lo amo y fue el quien me convirtió y me obligó a vivir todo este embolado eterno, pero no voy a permitir ninguna desigualdad en el equipo que formamos. Con el dinero que conseguimos vendiendo todo el oro, compramos toda la carne cruda que pudimos cargar. Para nosotros asistir a aquella barbacoa era diferente de lo que suponía para el resto, ellos eran la comida. Nos habían dado un chivatazo de que en la azotea de aquel edificio de veinte plantas se reuniría una veintena de personas para freír salchichas, todos en ropa de baño y aderezados con una piscina espectacular. Llegamos trepando y nos pusimos las gafas de sol. Estábamos muy blancos, tan transparentes que ni se percataron de nuestra llegada. Yo me senté en una tumbona y me arropé con una toalla de Hello Kitty que sustraje pseudo violentamente a una niña. El sol me estaba matando. Pero las vacaciones a Bulgaria se habían retrasado. Observaba a Lestat ligando con todas las chicas y con todos los chicos. Simulaba ser un conde del Ártico. Serían presas fáciles porque se lo creyeron. No paraba de animar a la gente para jugar a hacerse amigos de sangre. Consistía en rajarse las yemas de los dedos y juntarlas. Sólo accedió el anfitrión de la fiesta, un chico musculado al que entre brumas yo lo percibía como un pollo al que preparar al chilindrón. Se retiraron a la cocina con la excusa de preparar unos cócteles. Y no tardaron mucho en salir hechos amigos de sangre. Los asistentes a la fiesta pensaron que al chico le habían picado unas avispas o una araña. Y Lestat con mejor color comenzó a ligar de nuevo con todos los chicos y chicas diciendo que era conde en el Vaticano. Todo el mundo asistió al anfitrión, blanco en plena transición pensando que le habían sentado mal los mojitos.
"Naranja sanguina" 🧛🧛♂️
Compré una sola naranja para el postre. Ni siquiera la envolví en una bolsa de plástico, y al pesarla, pegué la pegatina sobre la cáscara. Me parecía bella o bonita. Al abrirla para el postre, descubrí que los gajos eran rosa fuerte, no naranjas. Los colmillos crecieron, haciendo que mis labios superiores fueran más prominentes. Los ojos se me pusieron rojos, ávidos de sangre con vitamina C. Ante la vergüenza conmigo mismo, le eché azúcar para omitir levemente el sabor amargo de su sabor. Las gotas rojas cayeron sobre mis chorreras dibujando topos o lunares. Podría disimular ante mis compañeras de trabajo. Tuve un flash back a una vida pasada, a una sobremesa con Lestat. Yo escribía poemas malos en la libreta mientras él se ponía perdido chupando naranjas sanguinas como animalitos. Placebos. Y la cuenta en el restaurante aumentaría con el postre. Daba igual. Teníamos anillos y monedas de oro rescatadas de un naufragio. Ensangrentado falsamente me preguntó: ¿Cuál es tu fruta favorita? Dije que los melocotones y las fresas. A la mañana siguiente, después de dormitar en el pantano, fuimos a visitar al frutero. Llevábamos una semana conteniendo nuestro deseo. Pedí un litro de gazpacho envasado. Mintiendo al dependiente le llevó al almacén. Simulé mientras tanto, tratar de adivinar si las sandías serían buenas. No tardó mucho en aparecer satisfecho, de buen color. Me dijo que en esa frutería no tenían naranjas sanguinas, que deberíamos irnos inmediatamente. Al llegar al puente, le comenté que me apetecía transformar el gazpacho en un Bloody Mary. Seguro, entre sueños, decidió que al día siguiente, iríamos a la licorería, regentada por el primo de aquel frutero. Lo amé, al menos apoyaba al pequeño comercio.
Chándal (oveja negra)
"Chándal" (oveja negra)
Siempre me ha gustado la moda y siempre me gustará. Unos dicen que es un arte, otros que expresamos a los demás a través de cómo nos vestimos cómo somos, otros que es importante simplemente porque es funcional y nos protege el cuerpo, y otros aunque pasen de ella y vistan en contra de las tendencias, la utilizan para manifestar que están en contra. La tercera vez que fui consciente de que me divertía fue cuando de preadolescente me encajaba las doctor Martins en mi informe de BoyScout, la segunda cuando impuse que si no tenía unos zapatitos de charol negros con cordones no hacía la Comunión y la primera cuando con 6 años tuve mi primer chándal, o al menos recuerdo que fue el primer chándal que adoré y que ahora recuerdo. Era azul cobalto y en la parte del pecho estaba estampada una secuencia de ovejas blancas y una negra. Me encantaba. Me sentía diferente, cómodo y elegante. Supongo que creía que de aquel grupo, yo era la oveja negra. Cuando íbamos al campo, me visualizo corriendo solo, subiéndome a las peñas, disfrutando del silencio o simplemente del ruido de la fricción del pantalón de chándal contra las plantas, evitando las orugas. Para mí esas carrerillas eran excitantes e importantes y me sentía por primera vez libre. Luego volvía a la barbacoa, exhausto y asalvajado, sin que ningún miembro de mi familia supiera el trance existencialista que acaba de vivir. Yo simplemente agarraba mi bocadillo de panceta y lo devoraba. Siempre me ha gustado la moda, y también escribir y pintar desde pequeño. Nunca olvidaré también otro de mis grandes momentos de estilismo: cuando vinieron a grabar el programa de los Gallifantes a mi cole y me escogieron y tuve que describir que era para mí "un abuelo", "un avión" y "un helado" ataviado con mi segundo look favorito: una sudadera con todos los personajes de Peanuts, en el que yo por supuesto, era Snoopy.
¿Qué fue primero el huevo o Juan Dando?
Han cancelado la celebración de conciertos en el Bernabéu. Probablemente afecte a mi creatividad a la hora de escribir microrrelatos. Muchos encuentran la inspiración en la naturaleza, el amor o el paso del tiempo. Pero siendo vecino del barrio y haberme visto envuelto en los ambientes postconcierto, ando un poco nervioso. Me he transformado ya en Taylor Swift, Luis Miguel y Manuel Carrasco, entre otros. Quizás debería transformarme ahora para escribir simplemente en Courtois, Carvajal o Brahim. A pesar de ser del Atleti. O estaré condenado en transformarme en mí mismo. Reflexionando sobre ésto, fui al baño a enjabonarme la cara con Avène Gel Nettoyant. Me vi como un huevo frito en el reflejo. La nariz como yema. La espuma como clara. Me entraron ganas de echarme unas gotas de vinagre y un poco de pimentón de La Vera. Y de pringar pan sobre mi rostro. Sólo tenía de molde. Las patillas ejercían de bacon y las cejas de puntillitas. Si ya no había artistas invitados cerca de mí, supuse que transformándome en un huevo frito podría matar mi hambre de escribir. La parte del huevo en mi corazón estaba revuelto. Y los ojos duros. Y la mente Benedictina. Mi estudio olía a corral. Y la cafetera parecía controlarme como un gallo. Había quedado a la noche siguiente para ir al cine, y mi dresscode en ese momento era de brunch. Calcio, hierro, potasio, zinc, manganeso, vitamina E y folato los incluiría entre los once del Real Madrid. La tensión arterial mejoraba a cada frote de mis mejillas. Deseé estar escalfado en una tumbona o poniéndome guapo Fabergé para ir a la ópera. Pero llegaba el otoño, así que me tumbé en la cama, cansado y satisfecho después de una jornada laboral intensa y me convertí en una esponjosa tortilla. Soñé con patatas.
Poso
Ante la pregunta a sí mismo, utilizó el poso que quedó en el fondo de la taza como bola de cristal. Los restos de azúcar sobre aquella luna marrón de café cuarto menguante eran como estrellas luminosas. Esto era un signo de esperanza y a la vez de visita al dentista. Antes de nada, aquella forma, le pareció bonita. Pensó que significaba que tenía buena genética y que la tendría en el futuro. El café sobrante estaba realmente adherido a la vajilla, sería consecuente con todo lo que hiciese, casi quedaba un pequeño sorbo, todavía quedaba algo que decir. Claros oscuros, como diluidos en témpera. Visualizó un inevitable futuro artístico. La gama de marrones era mayor que la del arcoiris, al menos más de siete amantes. Al mover la taza, se deslizaron algunas gotas, serían algunas lágrimas, seguramente de alegría. Al estabilizar el poso, pareció crearse una especie de entramado líquido de ramajes de árboles al alba destilando rocío: momentos de paz en la naturaleza. La mañana avanzaba y el croissant le miraba de reojo. Un emoticono de cara sonriente se dibujó en el poso: próximos buenos amigos digitales. Simuló tirarle un beso: el café sería fuente de amor y de inspiración creativa.
Telequinesia
No tengo un perrito para enseñarle a traerme las pantuflas al llegar a casa cuando me descalzo sofocadamente en el sillón. Por eso concentré mi mente al máximo en mi posible deseo y las zapatillas de estar por casa de estampado escocés se arrastraron al principio a trompicones y luego precipitadamente hacia mí. Tampoco me sorprendió tanto, y por tanto, aproveché para pensar de nuevo en traer sin moverme y como si fuera un militar en pruebas, la botella de agua fresca hasta mis pies. Ese día estaba en racha, pero no me veía con la suficiente energía para preparar sólo con mi mente y sin levantarme del sillón, una Cocacola con hielo y limón. Vi apoyado en la mesa el periódico del día y me acordé que tenía que recortar algunas palabras para un collage. Cerré los ojos como chinescos y las tijeras volaron como golondrina hacia mi regazo y el periódico aterrizó a mi vera como un zepelín. Estaba claro, que era el Mary Poppins del barrio. El mechero encendió independientemente uno de los cigarrillos y llegó a mi boca. Los cajones se abrían y se cerraban preparando la ropa para el día siguiente. Simplemente con visualizar cómo se destendía la ropa interior del tendedero, saltaron por los aires las pinzas. Me vine arriba e imaginé, ya más relajado en mi asiento de orejas, que aquella cafetera que utilizo como modelo, fuese en realidad la lámpara del genio. Y que podría pedirle tres deseos. Quizás no fuese el Aladdín del barrio. Llamaron a mi puerta, tuve que levantarme. Era el vecino. Juraría que no había deseado que apareciera, al menos telepáticamente. Me pidió que si podía mostrarle algunos dibujos de cafeteras, y que qué precio tenían. Fruncí una de las cejas fuertemente barruntando mientras le invitaba a entrar, que quizás le habría pedido a aquella moka, que permanecía muda y casi sonriente, tres cosas: amor, arte y dinero.
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