Humo y ambrosía

Flaubert decía que no era interesante para el lector leer sobre la madre, el novio, el abuelo o cualquier otro familiar del escritor. Y si éste último escribía sobre ellos, demostraba mal gusto y ganas de aburrir. Yo estoy de acuerdo hasta estas próximas trece líneas. Recuerdo que la polaroid que le hice a mi abuelo Félix cuando tenía doce años fue utilizada por mi tía para pintar un retrato al óleo. Luego con veintiséis, le hice una foto con mi cámara digital al cuadro. Confieso sin temor a ser tachado de loco que a veces mi abuelo se me aparece en forma de humo blanco de cigarrillo negro. Esté en cualquier habitación de hotel de cualquier ciudad o pueblo, mi pituitaria lo reconoce inmediatamente cuando me visita. Por ejemplo, el otro día mi hermana mayor Rosaura, con la que paso mucho tiempo y que me aloja en su casa en días en los que sufro de melancolía, me preguntó si había fumado en su habitación de invitados, porque según ella le había llegado hasta la cocina donde preparaba ensalada de ambrosía, un olor parecido a como olía la habitación de nuestro abuelo. Sonreí para mis adentros y sin miedo de ser tildado de fantasioso, le expliqué que no había fumado, que estaba dejándolo y que no iba a tener la desfachatez de fumar sabiendo cómo ella lo detestaba. Me atreví, por tanto, a relatarle las experiencias que había tenido en otras ocasiones. Ante mi sorpresa, no pareció darle importancia y continuó en silencio descascarillando una piña como si nada hubiese sido narrado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario