Armario.

Mi ropa ha cambiado tanto de armario que las camisas, la mayoría estampadas, lamentan estar en fila cada cierto tiempo, no se acostumbran, a cada cubículo nuevo dicen que se agobian al tener que despedirse de sus amigas las baldas. Los zapatos adoran cambiarse y no tener que andar, metidos en cajas o bolsas reposan, pero los pijamas y la ropa interior son muy sensibles y detestan los cambios de olor de las maderas y algo esnobs también son, ya que no soportan el diseño de muchas de las cómodas. Los pocos sombreros que tengo en mi posesión me reprochan que tendrían una vida más estable encima de un espantapájaros y que al menos así respirarían aire puro. Estarán siendo muy desagradecidas las bufandas y los foulards, acostumbro a fardar de ellas, pero exigen siempre estar encima de un galán. Los únicos que me apoyan son los pantalones, siempre tengo la misma talla, nunca me aprietan salvo a veces cuando ven a otros pantalones.

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