Decidí encender una vela en la Iglesia de las Calatravas porque me dije: voy a cubrir todas las posibilidades de que alguien me ayude. Además, tenía cambio en monedas, había tomado un café olé. El frío azul que hacía intensificó aún más mi deseo de plegaria. Quería prender un cirio, para agotar todas las posiblidades de auxilio, y como ya conocía su cúpula, aumentó mi deseo de contemplarla gracias a la belleza de sus frescos. Al entrar sólo había un fiel, arrodillado, y tapándose la cara con las manos, implorándose a sí mismo. La concha de agua bendita estaba seca y me bendije con lo que parecía ser un poco de café molido que había quedado entre mis dedos. El Cristo de la Cafeína. Fui directo a la sección de velas. Como consumidor sé lo que quiero, incluso en productos metafísicos. Saqué el euro del monedero de oro. Lo introduje en aquella hucha de metal, y escogí una cerilla al azar. No tenía whiskey, no tenía helado de vainilla ni nata, pero al quedarme hipnotizado con la llama no pude evitar por encima de todo anhelar una sola cosa: un café irlandés.

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