Peluquería 4
Me dirigí al Barrio de Chueca con el pensamiento al viento de escoger una peluquería
al azar. Entré en la primera que vi atraído por uno de aquellos postes de barbero de líneas rojas, blancas y azules que giran. De primeras, el peluquero
me pareció demasiado simpático. Antes de disfrazarme de cura o de batman, envuelto
en aquella capa negra, me invitó a sentarme frente a un póster de Paul
Newman. Me sentí más tranquilo e inspirado y me dejé llevar, esperando
la guillotina. El verdugo era muy parlanchín. Miró al espejo, me miró a los
ojos a través de él y me dijo: -Voy a hacerte un corte inglés. El
rollo que te va a ti es el de ejecutivo-. Yo cerraba los ojos
por miedo a que me cortara las pestañas mientras me igualaba el
flequillo. Añadió que tuviese mucho cuidado con quién me cortaba el
pelo: -No dejes que cualquiera te lo toque. Muchos luego vienen a mí a
reparar el estropicio-. De repente, entró en escena un chico moreno,
guapo, sonriente. Susurraban entre ellos como si yo no existiera. Empecé
a cabrearme ante tanta desatención capilar pero al ver los ojos azules de Newman me obligué a relajarme. Cuando volvió a mi nuca, me molestó, ya que yo también le susurraba cosas a Paul. Su imagen me sugería la de una especie de
Cristo del Estilo. El peluquero tenía prisa porque calló y remató la faena con mucha seguridad y acertando: me cambió la dirección del flequillo (hacia la derecha), sacudió los restos de pelo con un cepillo suave como si fuera el de un
teckel y desanudó la capa de mi cuello haciendo una verónica. Salí de allí disparado, con
andar de ejecutivo. En el primer escaparate en el que me vi reflejado, cambié la dirección de
mi flequillo hacia la izquierda.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario