No tengo ningún disfraz para Halloween porque el disfraz soy yo.

No tengo ningún disfraz para Halloween porque el disfraz soy yo. ¿Quién dice que no soy un vampiro vestido simplemente con mi batín y un pañuelo al cuello. No soy un hombre lobo porque soy más bien lampiño pero quién dice que los tornillos que hay desperdigados por el suelo de mi estudio no son retales de metal que demuestran que soy Frankenstein y no que haya cambiado una estantería por una nueva de Ikea y hayan sobrado piezas. Para volver a casa no cojo precisamente el tren de la bruja pero quién dice que cuando llego puntualmente a las citas es porque vuelo montado sobre la aspiradora más potente del mercado. O que sea siempre casualidad que coma puré de calabaza. O que cuando digo que he dado un mal paso al pasear al perro e ir cada vez más vendado no sea porque realmente soy una momia del Antiguo Egipto. ¿Por qué mis favoritas son las películas de Freddy Krueger? Pues porque Freddy Krueger soy yo y no necesito disfraz para Halloween. Un consejo que os doy es que no vayáis conmigo nunca al restaurante de mis amigos en la Latina a comer carne mechada porque en realidad somos zombis. Ni al circo, porque soy íntimo de los payasos más rebeldes. No me deis nada para picotear ni siquiera un bol de cereales porque después de las doce, yo y mis vecinos de la décima planta nos transformaremos en Gremlins. Las muñecas de porcelana que tengo colgadas sobre el armario son mi beauty squad y cuando doy migas a los pájaros cerca del estanque no saben lo que les espera porque soy un espantapájaros.

"Dando Australia"

Una tarde de verano en Cáceres, en una cafetería-librería, un chico mucho más alto y mucho más rubio que yo (no es difícil) se me acercó y me dijo que si podía decirme una cosa. Claro. Le dije. Me dijo: estudio en la escuela de interpretación y en una de las asignaturas, un profesor nos propuso escribir una historia. A mí también me gusta escribir. Le dije. Con los ojos haciéndome chiribitas. Pero enseguida se me achinaron de extrañeza. Dijo que para inventar el relato, al cruzarse conmigo por la calle, decidió perseguirme, imaginando, mientras, que iba a encontrarme con mi novio, un chico australiano mucho más alto y más rubio que yo. Me sentí halagado por ser un personaje de ficción, pero no me gustó aquello de la persecución con motivos literarios. En aquel verano, visitaba mucho a mi hermana. Los paseos siempre eran los mismos, y las antípodas quedaban siempre muy lejos. Alguien nos interrumpió en aquel momento, creo recordar que fue el poeta que presentaba su libro aquella tarde. Y no recuperé la conversación ante tal alboroto para saber cuál era el final del relato y qué nota le puso el profesor. Pero yo escribiré el final. El creador de aquel escrito, fue descubierto por su personaje principal de autoficción. Yo. Ciertamente había quedado con mi novio australiano que vino a visitarme unos días a Extremadura y le pregunté a aquella sombra de letras si prefería que mi novio se le enfrentase o unirse a nosotros a la merienda. Decidió lo primero. Y pude observar, como en plena Plaza de los Profesores, este estudiante innovador y su propio personaje australiano producto de su imaginación, se peleaban a sangre por mí, mientras yo me limaba las uñas, sentado en un banco, esperando a saber quién ganaba, si el yo muso o el yo escritor.