"Dando Australia"

Una tarde de verano en Cáceres, en una cafetería-librería, un chico mucho más alto y mucho más rubio que yo (no es difícil) se me acercó y me dijo que si podía decirme una cosa. Claro. Le dije. Me dijo: estudio en la escuela de interpretación y en una de las asignaturas, un profesor nos propuso escribir una historia. A mí también me gusta escribir. Le dije. Con los ojos haciéndome chiribitas. Pero enseguida se me achinaron de extrañeza. Dijo que para inventar el relato, al cruzarse conmigo por la calle, decidió perseguirme, imaginando, mientras, que iba a encontrarme con mi novio, un chico australiano mucho más alto y más rubio que yo. Me sentí halagado por ser un personaje de ficción, pero no me gustó aquello de la persecución con motivos literarios. En aquel verano, visitaba mucho a mi hermana. Los paseos siempre eran los mismos, y las antípodas quedaban siempre muy lejos. Alguien nos interrumpió en aquel momento, creo recordar que fue el poeta que presentaba su libro aquella tarde. Y no recuperé la conversación ante tal alboroto para saber cuál era el final del relato y qué nota le puso el profesor. Pero yo escribiré el final. El creador de aquel escrito, fue descubierto por su personaje principal de autoficción. Yo. Ciertamente había quedado con mi novio australiano que vino a visitarme unos días a Extremadura y le pregunté a aquella sombra de letras si prefería que mi novio se le enfrentase o unirse a nosotros a la merienda. Decidió lo primero. Y pude observar, como en plena Plaza de los Profesores, este estudiante innovador y su propio personaje australiano producto de su imaginación, se peleaban a sangre por mí, mientras yo me limaba las uñas, sentado en un banco, esperando a saber quién ganaba, si el yo muso o el yo escritor.

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