Chaqueta de tweed

Cuando me resguardé detrás de la cortina me di cuenta de que era el momento perfecto para recrearme en mis elucubraciones. Quería sacar algunas conclusiones de lo que había ocurrido en los últimos años. Pensé que al menos tardarían dos horas en encontrarme o quizá varios días. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan tranquilo. Nadie, exceptuando yo, sabía dónde me encontraba. Tenía mucho calor y unas gotas de sudor recorrieron mis brazos hasta llegar a mis manos. Rectas y pegadas al cuerpo. Sólo tenía que ordenar los pensamientos por importancia y reflexionar sobre ellos uno a uno hasta agotarlos. Tuve el impulso de querer quitarme la chaqueta de tweed pero tuve miedo de que me descubrieran y no poder disfrutar de aquel momento. ¿Dónde dejaría la chaqueta de tweed en el caso de quitármela? Me descubrirían si la vieran colocada sobre el sillón. Estaría obligado a salir de detrás de la cortina, abrir el armario y colgarla en una de las perchas que hubiese libres. Otra gota cayó cosquilleando mi pecho. El estampado de la cortina hacía juego con mis calcetines. El sonido del pendulo del reloj de pared me relajaba. Fuera, el ficus centraba la atención a primera sobre la pared donde me encontraba, y eso me beneficiaba. Fijé mi mirada en el suelo y reparé que las puntas de mis zapatos oxford sobresalían de la cortina y en un impulso, abrí mis pies en una primera posición de ballet. Entonces decidí que era el momento perfecto para recrearme en mis aprehensiones.

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