"Sonrío fuertemente a las funcionarias (para conseguir lo que quiero)"

Casi ya no hay contacto humano. Con el móvil, un código QR y una máquina ya puedo obtener el papelito con mi número, eso sí, como si fuese el papelito del turno de la carnicería. Lo nunca visto: detrás de mí en la sala de espera, había una persona de mediana edad, guapa, pero con una red flag de las peores: tenia activado el sonido de las teclas del móvil. Yo lo miraba inquieto, imagino que él pensaba que era porque era guapo. Gracias al ayuntamiento, llegó pronto mi turno. En el puesto que me correspondía para ser atendido no había nadie. Dudé si mi miopía me había jugado una mala pasada. Pero un culo forrado en un pantalón rosa pastel asomaba a mí derecha de espaldas. Era ella. Era mi funcionaria. Fue extraño que me pidiera perdón haciéndose la sorprendida, pensaba que ella misma había sido quien había apretado el botón para dar paso a mi turno como si fuera el de la activación de una bomba atómica. Yo sonreí de la forma más natural posible. Me sorprendió que no estuviera de mal humor. Le dije lo que quería, la razón por la que estaba allí. Sus uñas eran de color a juego con los pantalones. Yo me había arreglado un poco, no tenía ropa que no fuera elegante. Parecía una cita, que ya había sido previa por teléfono con otra funcionaria. Poliamoroso de la administración pública. Imprimió lo que tenía que imprimir, dijo lo que tenía que decir, me hizo firmar lo que tuve que firmar. Llevaba el color del cordón de las gafas a juego con las uñas y los pantalones. La mesa estaba repleta de una maraña interminable de cables negros conectados prácticamente a todo menos a ella. Le agradecía por cada una de sus explicaciones sobre las hojas impresas, parecía una profesora de matemáticas o de religión. Cuando ya no hubo más que objetar, reconozco que me costó levantarme de la silla. Me sentía cómodo en aquel no lugar, acompañado de aquella no mujer, de aquella no máquina, de aquella no expendedora de papelitos con letras y números.

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