¿Alguien ha visto mis gafas?

Juraría que las había dejado encima de la mesa donde tengo el teléfono. Creo habérmelas quitado cuando me llamaste. No forzar la vista mientras hablo por teléfono agudiza mi sentido del oído. Pero ahora no encuentro mis gafas y he quedado para ir al cine. Pensarás que ir al cine o tener una mesa para el teléfono es algo anticuado. He buscado en el baño. A veces me doy baños con las gafas puestas para leer con mejor detenimiento la composición del gel. Hago muchas cosas desnudo y con las gafas puestas. No puedo evitarlo porque ya forman parte de mi cuerpo. Son una extensión de carey. Pero ahora las necesito y parece que la tortuga se ha metido debajo de la cama, el sofá o el armario. Mientras ato un nudo en un pañuelo blanco y rezo a San Antonio, reproduzco el camino hacia atrás de mis últimos movimientos. Vuelvo a sentarme al lado de la mesa del teléfono. Me levanto y voy a la cocina. Estaba preparando un café cuando llamaste. Busco dentro del frigorífico porque mi imaginación vuela tan alto a veces que las conexiones de mi cerebro mandan mensajes erróneos a mis extremidades. Vuelven a llamar por teléfono. Vuelves a ser tú. Me pides disculpas por lo de antes. Ahora recuerdo que tu comentario sobre los publicistas no me hizo mucha gracia. Me dices que estás muy perdida y que no sabes quién eres. Cuando descuelgo tengo una fuerte crisis existencial y yo tampoco sé quién soy. Voy al espejo para intentar reconocerme y tengo las gafas encima de la cabeza.

1 comentario:

  1. Delicioso, minimalista, delicado y con un fantástico toque agridulce donde se mezcla la resignación del narrador con la actitud perro-hortenalesca del segundo protagonista de la historia.

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