"Yo, Claudio Ancelotti"

Ayer un buen amigo me invitó a su casa para ver el partido del Mallorca - Real Madrid. Me llevé en la bolsa de pan un par de libros de poesía de Catulo por si acaso. Pero me enganché al partido rápidamente. Aquella televisión de pantalla gigantesca me hipnotizó como Medusa. Y volvieron a mi ser todos los conocimientos sobre fútbol que había acumulado durante toda la vida. Tuve que morderme la lengua para no comentar sobre todo lo que se me venía a la cabeza. Pero tampoco concibo ver un partido de fútbol en silencio como si vieras una película de Bergman. Con una porción de pizza hawaiana en una mano y en la otra una copa de Protos pensaba: corred para mí. Como si yo fuera un emperador romano en el circo. Vinicius me fascinó como el mejor gladiador. Aposté con mi amigo el resultado, amarrada mis manos a todos los amuletos que había comprado en Emérita Augusta rezaba a Zeus para que yo ganase. Los comentaristas no incomodaban tanto como imaginaba. Ancelotti no paraba de mascar chicle y saqué de mi bolsillo mi roller boomer. Yo hubiera preferido como central del Madrid a Apolo, a Mercurio como defensa y a Ares como portero. Y como árbitro a Poseidón. Comencé a ver la pelota como una piedra del siglo I. A mi amigo le estaban saliendo debido al empate del Mallorca, cuernos de fauno, y a mí viendo que ganaba, una tiara de oro. Las palomitas me sabían a alcaparras. Y en el banquillo veía sólo leones suplentes. El ventilador hacía ondear mi toga y temí que la Fanta de naranja que me ofreció mi amigo tuviera una intención de envenenamiento. Después de los noventa minutos antes de Cristo, yo me acerqué mucho más al resultado final que mi amigo. De la tensión estaba muy sudado y deseé tener unas termas cerca. Pero de vuelta a casa pillé un taxi como si fuera encima de Pegaso y reposé la cena en mi lectus triclinaris habiendo dejado a mi amigo en su casa rabiando de frustración ya que era del Madrid, sin sentir su cuerpo, como si fuera un busto de mármol, y luego como me dijo por WhatsApp, petrificado en la cama como una escultura de ceniza de Pompeya.

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