"Tramitación arcoiris"

Cuando entré brillante por la puerta gris del oscuro despacho vestido con una camiseta amarillo fluorescente, la funcionaria mayor de gafas terracota que llevaba toda una vida sentada en aquella silla mullida, raída y marrón, no pudo más que abrir sus ojos como huevos fritos de puntillas ocres y quedarse muda plomo ante mi elección cromática: ella iba vestida de negro desde 1980 y no por viudez. Era verano salvo en aquel despacho en el que parecía que siempre fue otoño corinto. Las cortinas eran granates, la alfombra ceniza y yo estaba más que bronceado. No entendía por qué no podía saltarme el protocolo del azul marino y el blanco para un simple trámite estival. Su aura era verde botella y la mía verde gusanito. Yo no hacía daño a nadie, salvo a alguna retina sensible, yo no quería deslumbrar a la gente, al menos no por aquella razón. Me entregó los folios marmóreos para firmar y me pasó su boli negro para hacerlo, no fuera a intentar firmar con uno de aquellos bolígrafos de cuando éramos pequeños que contenían todos los colores. Al terminar de hacer mis autógrafos de tinta lúgubre pero de sombras anaranjadas, paralizado ante el examen multicolor de aquella funcionaria del Estado, tardé una eternidad en decidir en qué momento levantarme con el miedo a que mientras me marchase, reparara en que mis pantalones eran de color rosa fucsia, mi foulard, verde lima y mis zapatos, rojos carmesí.

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