Visiones

Me encontraba sólo en el bar de la plaza tomando una copa de vino tinto. Esperaba a Alexandre que había ido a visitar al Padre Martins. Durante el camino hacia el pueblo, en coche, me concentré en los paisajes y en la música de Bach que acompañaban las panorámicas. Durante el paseo en el pueblo, a pie, compramos periódicos. A la vuelta condujo muy rápido.
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Cuando me acerqué a la ventana de los vecinos de la esquina de la Calle Reina Isabel quedé hipnotizado por un candelabro de siete velas.

En casa habíamos estado estrenando la dote que contenía gran números de juegos de tazas de café, platos, cucharas, cucharillas, cucharones, ensaladeras, cuchillos, grandes tenedores, paños decorados con estampados.
Comimos cordero, col, piñones, dulces, arroz con leche y queso y sopa. Pero también jamón y aceitunas y salmón. Pan dulce, café, vino, té.

Las bandejas con comida se anunciaban en una mesa, como si fuese una entidad más incluso superior. Toda la familia venía a visitarnos. Bebimos aguardiente y vino de Oporto. No recuerdo la última media hora de la noche pero tengo ensoñaciones de la más judía o católica de todos por ser la más longeva. Hice que cogiera mi mano y al mirar mi palma asintió decididamente.

Removí la chimenea unos 20 minutos y salí a la calle a fumar un cigarro. El candelabro continuaba en la ventana. Me entró ganas de tener fe en algo, de tener la circuncisión hecha.
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Paulo tenía 23 años cuando lo encontraron muerto entre unos matorrales de la orilla del río. Fatídica noche para el joven cuando se cumplía un año exacto de la muerte de Mafalda, 21 años y nacida en Alcains. Leí en la prensa al día siguiente del horrible “hallazgo” un corto y contundente artículo en el apartado de sucesos.

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