Telequinesia

No tengo un perrito para enseñarle a traerme las pantuflas al llegar a casa cuando me descalzo sofocadamente en el sillón. Por eso concentré mi mente al máximo en mi posible deseo y las zapatillas de estar por casa de estampado escocés se arrastraron al principio a trompicones y luego precipitadamente hacia mí. Tampoco me sorprendió tanto, y por tanto, aproveché para pensar de nuevo en traer sin moverme y como si fuera un militar en pruebas, la botella de agua fresca hasta mis pies. Ese día estaba en racha, pero no me veía con la suficiente energía para preparar sólo con mi mente y sin levantarme del sillón, una Cocacola con hielo y limón. Vi apoyado en la mesa el periódico del día y me acordé que tenía que recortar algunas palabras para un collage. Cerré los ojos como chinescos y las tijeras volaron como golondrina hacia mi regazo y el periódico aterrizó a mi vera como un zepelín. Estaba claro, que era el Mary Poppins del barrio. El mechero encendió independientemente uno de los cigarrillos y llegó a mi boca. Los cajones se abrían y se cerraban preparando la ropa para el día siguiente. Simplemente con visualizar cómo se destendía la ropa interior del tendedero, saltaron por los aires las pinzas. Me vine arriba e imaginé, ya más relajado en mi asiento de orejas, que aquella cafetera que utilizo como modelo, fuese en realidad la lámpara del genio. Y que podría pedirle tres deseos. Quizás no fuese el Aladdín del barrio. Llamaron a mi puerta, tuve que levantarme. Era el vecino. Juraría que no había deseado que apareciera, al menos telepáticamente. Me pidió que si podía mostrarle algunos dibujos de cafeteras, y que qué precio tenían. Fruncí una de las cejas fuertemente barruntando mientras le invitaba a entrar, que quizás le habría pedido a aquella moka, que permanecía muda y casi sonriente, tres cosas: amor, arte y dinero.

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