"El Primark es el Infierno"

Entré como si fuera un templo, por lo grande del espacio. Me había mandado a mí mismo allí. Tantas escaleras y plantas, no verdes, con neones. Estaba decidido a comprar algo, lo que fuera que me mostrase un mínimo interés o que fuera ridículamente barato. Ni que fuera un slip que me quitara nada más empezar lo que fuera. Más que la música de fondo, más tenue de lo que creía, quizás, porque los susurros de fondo de aquella masa de personas se superponían, esperaba interpretaciones de Paganini a todo trapo. Yo soy fan de Star Wars, pero no compré nada, soy fan de Scooby Doo pero no compré nada, soy fan de Mickey Mouse pero no compré nada, soy fan de Snoopy pero no compré nada, soy fan de Hello Kitty pero no compré nada. Spoiler: salí sin comprar nada. La tensión de no querer comprar nada ardía. El buen gusto quemaba. Los cajeros llevaban diademas con cuernecitos. El algodón de las camisas blancas de botones era insoportable, no eran nubes. Ni el precio bajísimo suavizaba. Daba vueltas, subía las plantas sin pensar (las secciones de hombres suelen estar o en las plantas más altas o en las subterráneas). Mi última esperanza estaba en la sección deportiva (una vez compré un pantalón de chándal azul marino que me fue muy bien sólo por el color). Me estaba saliendo rabo en el espinazo. Mi cara se ponía roja por el calor, el agobio y el ansia. Alguien se acercó y me preguntó si necesitaba algo. Yo trabajo cara al público, fue como un duelo de cowboys. Le dije que sólo estaba mirando, que estaba de paso. Era el mismísimo Diablo ofreciéndome unos calcetines. Yo no quiero a Primark y Primark no me quiere a mí. Yo no quiero al Infierno y el Infierno no me quiere a mí. Supongo que Zara es el purgatorio.

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