"Ya sabéis que la estación de metro de Manuel Becerra es el Purgatorio"

Hoy me he visto a mí mismo en ella de ancianito. Se montó dentro del mismo vagón en Nuevos Ministerios y bajó conmigo en Manuel Becerra. Primero pensé: mira qué simpático, luego: qué swag tiene ese viejito, y luego: ¡ pero si soy yo dentro de cincuenta años ! Me vi un poco jorobado pero con los mismos andares sin necesidad de bastón. Siempre me imaginé con un bastón de aquellos de cabeza de pato. Desapareció entre la multitud de las escaleras mecánicas. Espero que subiésemos por fin al Cielo, deseaba pensar que no iba a la apertura del nuevo Primark en Conde de Peñalver (ya sabéis que Primark es el Infierno). Quién no ha sido un poco capullo en sus primeros cuarenta años de vida. Sonreí al vendedor de bolsos de marcas falsas como diciendo: por fin voy a ser un poco feliz en la segunda parte de mi vida. Me he visto de ancianito esperando el metro en el andén en hora punta y parecía muy en paz en el encuentro con mis recuerdos, muy resuelto en la forma de apretarme el cinturón adecuadamente por la delgadez y la vejez, y muy contento por coger todavía el metro y perderme en su laberinto rodeado de personas mucho más jóvenes que yo. No sé si soy un alma vieja, o el ancianito con el que viajé en metro era un alma joven. Yo intenté cederle el asiento, pero sin hablar, levantando dulcemente la mano, me miró nostálgicamente como diciendo: quédate sentado tú que todavía te queda mucho.

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