"La estación de metro de Manuel Becerra es el purgatorio"

Cojo el metro dentro de ella todos los días ida y vuelta. Una tarde me encontré con un ex que realmente tenía cara de muerto, estaba blanco marmóreo, con un semblante calmado como fuera de sí, etéreo. Para mí estaba muerto en todos los sentidos. Subía las escaleras, imagino que dirección Cuatro Caminos-El cielo y yo bajaba las escaleras, dirección Pitis-El infierno. Si yo también estoy muerto realmente, vivo constantemente en este purgativo de estación de metro. Hasta han puesto una máquina expendedora de chocolatinas y bebidas energéticas. Nunca me he cruzado ni con Dante ni con Michael Jackson, ni con Virgilio ni con Lina Morgan. La trabajadora que está en el puesto de información se llama Purificación. Los planos que reparte la verdad es que no nos sirven de nada. Siempre hacemos el mismo trayecto. Las estaciones de Metro Sur son para nosotros como las antípodas. Quizás ese ex, o yo, estemos por algunos de los siete pecados capitales: no ceder el asiento a una persona mayor o embarazada, ocupar el espacio para una persona minusválida, tener el altavoz puesto a todo volumen mientras se visualizan vídeos de TikTok, no dejar salir del vagón antes de entrar, colocarse en uno de los extremos de las escaleras eléctricas para que la gente pueda pasar fácilmente, no haber usado desodorante y no sonreír a alguien que ha sido amable contigo. Esta eternidad de túneles y pitidos de puertas que se abren y se cierran no está tan mal en el fondo, estoy aprovechando para leer toda la bibliografía de Foster Wallace. La gente en el purgatorio de Manuel Becerra es muy culta. La gente quiere aprender para santificarse, para abstraerse, mientras tanto de los asientos que queman, de los chillidos de las ratas.

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