Después de escribir sobre mi calidad de sueño y Taylor Swift, bajé al 24 Horas, fuera de la nacionalidad que fuera, a comprar mis snacks favoritos: Cheetos Pandilla Fantasmas. Pero el plan secreto era ejercer de antropólogo exprés del fenómeno swifty, pues por los destellos de los vestidos y lazos de lentejuelas que iluminaban mi ventana supuse que el segundo concierto de Taylor había finalizado. Lo mío era un periplo. Un pequeño viaje de ida y vuelta. Un Ulises pequeñito. Buscando una Penélope de glutamato. Chicos y chicas, madres y padres paseaban tranquilos en apariencia, como cuando sales de ver una peli de Nolan, en la que no sabes si te ha gustado o no hasta después de 24 Horas. Yo silbaba Tous les garçons et les filles de Françoise Hardy, pero mis auriculares son de color rosa y no desentoné en aquella masa noqueada por la experiencia de un macroconcierto. No sé cómo dormiré hoy. Imagino que bien porque ya lo habrán gritado todo. Al contrario de su ídolo, los fans de Taylor Swift sí creo que visten bien. Me parece que les sienta mejor el look de cowboy siendo chicas de Madrid. Algunes fans llegarán a casa y tomarán un vaso de leche caliente con galletas María, otres irán a la única coctelería abierta en Cuzco, y yo adormecido, con el eco del espíritu de Taylor Swift sobre el tejado, disfrutaré de mi bolsa de mi snack favorito: Cheetos Pandilla Fantasmas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario