"Kojak"

Ayer después de una jornada laboral de rebajas intensa, al coger el metro y sentarme en el andén de la estación de Manuel Becerra, que considero el purgatorio, un chico se sentó a mi lado antes de coger el metro. Estaba a punto de llorar. Llevaba una camiseta de la selección de Argentina, y supuse que. No paraba de mirarme de reojo como diciendo: observo tus zapatillas Vans rosa chicle y me emociono. Era el radar gay. El séptimo sentido. Todos tenemos problemas. Es la vida. Pero el metro nunca llegaba y se hacía insoportable esa boca a punto de sollozar. Decidí no decir nada. ¿Por qué iba a meterme en su vida y preguntar, aún estando en el purgatorio, por qué se sentía así? Al llegar los vagones y entrar, abrí mi libro de Knut Hamsun para demostrar mi falsa indiferencia. Bajamos los dos en Nuevos Ministerios, y al subir las escaleras mecánicas que dirigían al exterior desde el submundo, reparé definitivamente que me seguía. Si rompía a llorar, lo asistiría. Sentía la tensión en la nuca. Al salir de la boca, me giré y le dije: qué te pasa, no estés triste. Me puse tan nervioso que introduje mi mano en el tote de piel de cordero buscando algo que pudiera calmar su desasosiego. Sólo encontré un chupa-chups Kojak. Se lo entregué como si fuera un ramo de rosas. Él me sonrió plenamente, con una ristra de dientes de brackets plateados, e iluminándose su cara, me respondió: gracias, de verdad

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