Ronca tanto que supera el nivel de decibelios del Bernabéu. No hay tapones ni música metal que pueda disimular esos rugidos de león soñador. ¿Roncaré yo también? ¿Compondremos durante la madrugada, sin darnos cuenta, una sinfonía? Soy barítono. No encontré nada más efectivo que una pinza de color rosa y se la puse en la nariz. Nada. Debe ser tambien fakir. Le quiero, pero tendría un trabajo extra como bocina de bomberos. Intento que se duerma lo más tarde posible. Le leo novelas de Agustín Fernández Mallo que son tan malas y petulantes que es imposible quedarse dormido. Me he ido a dormir al sofá, al trastero, he dormido encima del frigorífico. Puede que lo denuncie a la policía. Tengo entendido que a partir de las doce no se puede hacer ruido. Sus ronquidos son peores que los petardos. No hay ni un sólo perro o gato callejero a la redonda. Le quiero, pero no puedo dormir con él, tendría que contratar noches en el piso turístico de al lado. Pero me niego a ser un turista en lo nuestro. He grabado sus ronquidos y me los he puesto como alarma para el despertador. Lo único bueno es que mi creatividad también se despierta. Agarro todas las hortalizas y frutas de la cocina y le planto un cuadro de Giuseppe Arcimboldo en la cabeza.

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