Pistola de chicle

"Pistola de chicle" Jamás nadie pensó que llevaba una pistola en la cesta de la compra. Alguien tan delgado, cargando una bolsa tan pesada, en este caso hubiera parecido que llevaba varias, pero sólo llevaba una. Guardó el chuletón junto al arma y el kilo de melocotones. ¿Cómo alguien que no miraba las fechas de caducidad podía tener como complemento un revólver Smith & Wesson calibre 38? Al llegar a casa con disparos, diseñó un colador para la pasta, las patatas fritas las cortó panaderas a balazos, mezcló los ingredientes de la ensalada a tiros. Tenía una pistola para todo menos para matar, cazar o amenazar. Era un recuerdo familiar. El único objeto personal que tenía de su abuelo. Siempre la llevaba encima. Si la herencia hubiera sido un reloj de pulsera también lo hubiera llevado todo el rato. Dormía con ella debajo de la almohada por si esa noche le atacaban los mosquitos. Siempre formaba parte de los bodegones en los desayunos. Era la persona menos violenta del mundo, pero era muy práctico. Le pegó unos stickers de Snoopy para decorarla. En las citas, el bulto en su bolsillo siempre parecía muy interesante. Una noche, al volver de una cena con sus amigos, dos hombres intentaron atacarle. Sólo tenía, además de la pistola, dos paquetes de chicles. Se metió en la boca doce, ante el estupor de los ladrones, e hizo un pompa enorme que explotó en las caras de los malhechores por cercanía, y los quedó sin visión, huyendo, pesándole mucho la pipa, pero mucho más, las mandíbulas.

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