"De Pi de Givenchy a Nenuco"

No sé nada de perfumes. ¿Pero a quién no le gusta aprender? Hoy una de mis compañeras de trabajo (la más joven, podría ser su hermano mayor) ha comenzado a hablarme de conceptos como "perfumes nicho", "bergamota" o "notas de corazón"). Entre otros traumas (todos tenemos, los tendremos, mayores o menores, es la vida) está en mi experiencia en unos despachos de Relaciones Internacionales, no voy a decir de dónde, pero fue en el Rectorado de la Universidad de Oporto. Yo era el becario excéntrico y sabía enfrentarme contra todos los clichés que se arrastran sobre los españoles (ellas no sabían que a mí no me afectaban pues estoy aportuguesao, afrancesao y amariconao) sobre que los españoles nos perfumábamos demasiado. Mala pata que mi compañero de piso trabajaba en una tienda de marcas de lujo de moda y me pasaba un montón de muestras de perfumes "de nicho" y cada día experimentaba con uno. Pero un día, al llegar a la oficina, después de oler mi pulso a un perfume Viktor & Rolf fue un cisma. Por lo visto mis compañeras de despacho horripilaban la mezcla de miel con no sé qué. Nada más sentarme en la silla movible en la que sólo me apetecía dar vueltas sobre mí mismo tras picar datos, comenzaron a tener como una especie de ataque alérgico. Salieron del despacho tosiendo, como si estuvieran a punto de ahogarse y yo fuera el tuberculoso que mejor olía o el que peor. Fue el principio y mi final con los perfumes, de forma injusta. Yo sólo era un oficinista alquimista de rebote. Si tengo una cena, incluso después de darme una ducha y mi plan es hacer collages, me perfumo. Ya tengo miedo al Druni o al Primor. No me perfumo nunca no vaya a ser que me rechacen. Eso de oler a "limpio" es un mínimo que me atormenta. Todo el mundo regala perfumes en navidad. ¿Cuál es vuestro "perfume firma"? Tengo claro que el de mi cuñado es Acqua di Giò. El mío es Pi de Givenchy: notas de salida: romero, mandarina, estragón y albahaca. Notas de corazón: neroli, geranio, lirio de los valles y anís. Notas de fondo: haba tonka, almendra, benjuí, vainilla, y cedro. Pero de reojo cada mañana me mira el agua de colonia Nenuco para no ofender a nadie.

"El chicle infinito"

Decidí comprar para rememorar un poco mi infancia: feliz, distraída, revolucionada, y a lo magdalena de Proust, un chicle boomer de fresa ácida (ya no se fabrican) pero el kiosquero (los kiosqueros ya no existen) me ofreció un chicle boomer Maxiroll de casi dos metros de chicle enrollado. A todos nos gusta arriesgar probando nuevos bares o restaurantes, ¿Por qué no también con los chicles? Di el sí quiero y me dirigí a coger el metro. Me senté, abrí la cajetilla redonda y mordí el extremo del chicle enrollado como un churro en la sartén. Y hasta ahora que lo escribo, estoy mascando. No he podido separar mi boca de ese chicle infinito. No pensé que me mintiera el kiosquero. Era él quien medía dos metros, el chicle mucho más, no se acaba nunca. Saliendo de la boca del metro parecía una serpiente, camino a casa parecía estar atado por un camino de chicle al trabajo. Tuve que ducharme mezclando los aromas a vainilla del gel con el del chicle. Utilicé la retahíla de chicle como foulard (soy un estilista frustrado). No quise ser tremendista y me fui a la cama envuelto en chicle como una momia rosa. Soñé que un superhéroe superpetado en su uniforme espacial superazul me relataba con voz dulce el mito de Sísifo. Desperté con la esperanza de haber acabado el roll. Pero tuve que mojar el chicle en el café y preparar la mochila utilizándolo como asa para disimular. Me dolían las mandíbulas. Un niño, al hacer un pompa gigante pidió a sus padres que me echaran una moneda. Y ahí me quedé. Un cazatalentos me contrató para su circo de freaks. Lunes, miércoles y viernes. Es un dinero extra y puedo comprar todas las nubes, todos los flashes y todos los gusanitos que quiera. La verdad es que tengo mucho más éxito con esta nueva virtud que con mis collages de cafeteras moka. Yo solo quería rememorar mi infancia. Y como todo el mundo dice, la infancia siempre estará ahí y no te abandona nunca.

Juan Perro

A los 10 años era salsero, a los 14 grunge, popero a los 20, indie a los 30 y puede que después de los próximos conciertos de Karol G en el Bernabéu, sea reguetonero a los 40. Tengo un poco de miedo. Y más ahora que la RAE ha aceptado en su diccionario la palabra "perreo". A los 10 años era un perrito pachón, a los 14 un perro callejero, a los 20, Tristón el perrito de peluche que abandonaban, a los 30 un galgo extremeño y puede que después de los conciertos de Karol G me convierta en una perra, a secas. Veremos. Siempre pensé que la tendencia me convertiría en un gato negro. Misterioso, elegante y que como mucho mientras se lame la pancita estira una de las patas como si hiciera ballet. El destino lo tendrá difícil conmigo: aplico el adjetivo "rico" exclusivamente a la comida y defiendo sólo los primeros discos de Shakira. No tengo ropa adecuada. Tengo cadena y anillos de oro pero pesan poquísimo. No sabría a quién llamar papi, mami o bebé. Otra cosa no, pero los roles familiares los tengo clarísimos. No creo que después de los conciertos de Karol G, a la mañana siguiente, cambie mi melena de monje medieval por unos rasurados, o al tomar el primer café de la mañana, repare en que tengo la piñata llena de grillz: mi dentista no me lo perdonaría después de tanto trabajo. No me imagino agradeciendo a las clientas su compra con autotune. Los días 20, 21, 22 y 23 de julio serán los conciertos de Karol G en el Bernabéu. Agradecería que el día 24 me escribieseis por DM para preguntarme qué tal me encuentro. No prometo nada, eso sí, puede que esté de "pary". 🐕

¿Se puede ser artista y estar bueno?

Yo de joven era más o menos guapo, como todos. No sé: mono. Como el animal. Mi madre siempre me dijo que mi hermano Raúl era más guapo pero que yo tenía más estilo. La cuestión es que siempre desde pequeño me gustaba escribir y dibujar. La pregunta es ¿El arte afea? Hay excepciones, como la de la ilustradora @anasuarezillustrator. Escribo mis micros en el metro, de pie, en tensión. Hago collage, desnudo, a cuatro patas, sobre el suelo. Me está saliendo chepa, pero una chepa de colores. No importa. La belleza es fascinante, pero prefiero atrofiarme. Es mi culpa. Podría dibujar o escribir con la espalda recta o reposada en una silla de Mies Van Der Rohe. No puedo. Soy un simio. Me interesa más qué piensa Darwin sobre mí que Freud. Tengo 40 años. Menuda edad. Ya sé que las cifras se tienen que escribir en letras y no en números. Estoy perdiendo mi melena. Lo es todo para mí. Pero ayer me compraron dos cafeteras. Una cosa por la otra. Una cana por cada rayón de lápiz. Decidme un artista guapo. Se me ocurre algún poeta, Ted Hughes, pero fue un hijo de p*** con Sylvia Plath ¿Se puede ser artista y estar bueno? Me imagino hacer pesas con Guerra y Paz o con La Broma Infinita. Mostrar los bíceps y los endecasílabos. Si puedo mostrar cómo encuadro, cómo mezclo los colores, me hace más feliz. Mis filtros son las manchas en las manos, los acentos olvidados.

Careta

Al despertar me dolía la cabeza. Una ducha escocesa, mitad caliente, mitad fría, me calmaría. Froté con extraña decisión detrás de mis orejas como si me estuvieran creciendo gomas. Decidí que ese día sería uno de ellos en los que utilizaría ese gel exfoliante sobre mi cara. Eau Thermale Avène Cleanance 400 ml.Tanta melena incomodaba. Mis pómulos resaltaban como piedras, los labios como peces, los párpados como huevos cocidos. El mentón como quijada de pony, la nariz como de goma de payaso, las cejas como orugas. La frente como un desierto, las sienes como oasis y las patillas como carreteras sin salida. En la cara está todo: las ventanas del alma. Ciego momentáneo de espuma: las orejas como sarcófagos, la barbilla como acantilado y entre ceja y ceja, un tercer ojo. Las pestañas goteaban como tejados al alba, las entradas: de cine. Los orificios nasales, cuevas, la lengua, serpiente, y los dientes, murallas. Salí de la ducha como nuevo. Sequé mi cara, y la toalla era una sábana santa, y al mirarme frente al espejo, vi reflejada una careta nueva, refrescante, sin poros negros, de pensamientos blancos, dispuesto a ceñir el entrecejo, dispuesto a volver a quitarme esa careta a la mañana siguiente tras pasar otras 24 horas en Madrid.
Aquella mañana, mientras se dirigía al trabajo, vio en un escaparate, un abrigo de pelo corto y fino, mitad marrón canela mitad blanco marfil. Ese amor a primera vista hizo que entrara y lo comprara sin ni siquiera mirar el precio. Durante toda la jornada laboral, tuvo un fuerte antojo de comer pipas. Sabía que en el hall de entrada a la oficina, había un terrario con girasoles, y decidida, dejó sus cascos y se acercó a olisquear por si hubiera alguna pipa que pudiera degustar. Salió por la puerta giratoria con el abrigo puesto. Compró en el kiosko al menos doce bolsas de Piponazo. Paseó hacia su casa andando haciendo eses, asustada por los gatos que asomados por las ventanas, le maullaban. Le picaba el labio superior, le extrañó, pues se había hecho "el bigote" la semana pasada. Al mirarse en el espejo del ascensor, y hacerse un reflectograma con su nuevo abrigo de pelo para redes sociales, se percató de que sus ojos azules estaban desfasadamente dilatados, hasta ser enteramente negros. Su novio le recibió con una sorpresa. Le había envuelto con un enorme lazo rojo una cinta de gimnasio para correr. La semana había sido dura, tuvo el impulso de saltar sobre ella para desfogar. El suelo del cuarto de baño estaba lleno de serrín. En la cocina las botellas de agua mineral eran pipetas. Su apartamento era una jaula. Su cama matrimonial estaba hecha de algodones. Recibió un mensaje de su ginecólogo felicitándola, estaba embarazada de siete.

"Mi podólogo fue mi primer amor"

Cuando era pequeño, por lo visto, tenía los pies planos. Mis padres repararon que de la vuelta del cole, tenía algunas heridas en la piernas por caerme. No hacía bien el juego del catwalk hasta mi casa. Me llevaron a un podólogo, el mejor de la ciudad, imagino, por la inmensa elegancia de su consulta. Me pusieron unas botitas de Frankenstein durante un tiempo, yo, que ya era extremadamente presumido, supe salir del paso, exigiendo combinarlas adecuadamente para que pasaran desapercibidas. El podólogo cinceló mi puente como el de Nureyev. No he visto mejor bailarina que mi hermana Fernanda, pero yo también quería, y más siendo preparado para las puntas por ese doctor. Pero el entorno me obligó a jugar al fútbol sala. Me asignaron el puesto de delantero, pero chupaba mucho banquillo. Yo sólo pensaba en la actuación de mi hermana con su compañía bailando "Los Planetas", de Gustavo Holst. Mi hermana hacía de Urano. Qué belleza. Nadie me puso una pistola para jugar al fútbol, pero quizás fuera un proto Billy Elliot. Me recuerdo en la consulta del podólogo, maquetas de aviones sobre los muebles, visualizándolas con la perspectiva del Cristo de Mantegna. Me sentía fenomenal, como en una galería de arte. Creo que mi podólogo fue mi primer amor.
Mi novio era tan, tan alto que tenía que ponerme las puntas de ballet para besarle. Lo amaba, pero no respirábamos el mismo aire. Está muy bien que cada uno fuese independiente en su atmósfera. Cuando más disfrutábamos era sentados o en horizontal. Nuestros ojos estaban al mismo nivel y nos decíamos: te quiero. Yo tengo unos botines con tacón cubano de seis centímetros: ni aún así. Él era el Empire State y yo, no sé, una cabaña en el bosque. Ojalá fuera una en un árbol, en una secuoya. Nuestro amor estaba exactamente al nivel del limpiador de cristales de un rascacielos. Fuera complejos. Me decía. El amor está por encima de. ¿El tamaño no importa no? Nicole Kidman y Tom Cruise, Lauren Bacall y Humphrey Bogart. Él siempre limpiaba en los sitios más altos y alcanzaba la máxima estantería de la biblioteca cuando queríamos leer a un autor por la A, Asimov por ejemplo. Y yo limpiaba por los sitios más bajos y encontraba las monedas o los billetes caídos o los tornillos de Ikea desperdigados. Nos complementábamos, pero en una rueda conjunta de reconocimiento policial a lo Bonnie and Clyde, nuestras cabezas no saldrían juntas. Y en una tarta de boda, su muñequito, me robaría el protagonismo.
Creo que fue Flaubert quien dijo que a nadie le interesaba leer sobre la madre o la abuela de alguien. Tampoco, supongo, sobre la vida íntima sexual de uno. ¿Ni de sus rutinas culinarias? O autobiografías, a no ser que seas Marlene Dietrich, o Sofía Loren o Carmen Maura. Los temas más tontos supongo que se pueden utilizar como excusa para demostrar cierta profundidad. Hablar sobre cómo mientras te comes una magdalena tienes unos flashbacks tremendos a tu infancia. Si parte del desayuno, quizás entonces sí interesa tu primer beso. Degusta un pollo frito mientras escribes sobre tu puesto de funcionario público. Asesina a alguien en la ficción mientras cortas patatas a lo gajo. O unas lentejas para seis mientras tomas notas para un poema doméstico confesional. ¿Escribes sobre Drácula? Existe un helado. ¿Sobre el infierno? Hecha más tabasco a la pasta. ¿Sobre fantasmas? Aprovecha para doblar las sábanas mientras brota el café de la cafetera. Cualquier excusa es buena para tener ideas mientras estás en la cocina. Normalmente, se nos ocurren a la mayoría mientras nos damos una ducha o bajamos por ascensor. Quisiera ser mejor cocinero. No creo que alguien pueda ser verdaderamente creativo si no lo es cocinando. ¿1080 recetas de Simone Ortega? Guerra y Paz. ¿Arguiñano? Borges. ¿Dabid Muñoz? Houellebecq. Bebe un vaso de agua mientras resuelves un caso a lo Sherlock Holmes. Aliña la ensalada como Terenci Moix. Si se te quema el estofado, Larra. ¿Un brunch? Shakespeare.

"L.M. Nietzsche"

Luis Miguel dará dos conciertos en el Santiago Bernabéu el próximo fin de semana. Al informarme sobre el programa musical del estadio de fútbol (lo que supondría mi ritmo de microrrelatos semanales), me hizo ilusión que, al menos, los fans de Luis Miguel perturbaran mi sueño el próximo fin de semana. El disco "Romances" ha sido muy importante en mi vida. Estudié selectividad mientras ese CD estaba de fondo en bucle. Me parecía intenso y me relajaba. Imagino que fantaseaba con la idea de cuántos romances encontraría en mi nueva época universitaria mientras hacía integrales. Lo invocaré fuerte frente al espejo. Y si se me aparece le diré: gracias a ti, saqué un 8.00 para entrar en la Complutense en Publicidad, y mi nota más alta fue 9'5 en Filosofía. Escogí desarrollar Nietzsche: los dos llevabais pajarita en las fotos. También fue gracias a los discos de Madredeus. Y yo como él, siempre creí ser una estrella infantil. De pequeño me esforzaba mucho por ganar concursos de guión para conseguir uno de mis sueños: abrazar a Chewbacca en Eurodisney. Lo conseguí. Ya conocía eso de "por debajo de la mesa acaricio tu rodilla", pero no con Chewbacca, claro. Quizás le pida a alguno de mis amigos dormir en su casa ese fin de semana, demasiada emoción, demasiados recuerdos. Él se hace mayor y yo también, un poco menos. No sé cómo serán sus fans, imagino que muy calmados, de corazón tierno y piernas bailongas. Pero si son como yo con respecto a él, gritaría toda la noche su nombre bajo mi ventana, y no me dejaría dormir, y haría que todo el vecindario tuviera ojeras al día siguiente, unas ojeras románticas, de bolero. Pero que merecerían la pena.
Ayer fue el concierto en el Santiago Bernabéu de Manuel Carrasco. Nunca he dormido mejor. Entre que todo el mundo ha salido en masa de vacaciones a las costas como lemmings, hace un poco de frío por la noche y mi desconocimiento absoluto de sus canciones, estuve ausente, y mucho más durante la fase REM. Sólo, simplemente, una unidad de fan, perturbó mi sueño durante un segundo, al gritar un "Manuel", que sentí tan vívido como un corte de cutter en la yema de un dedo. Abrí uno de los ojos pensando en subir la persiana y aprovechar para tomar el aire. Pero desistí, porque iría al baño, me miraría al espejo, diría tres veces "Manuel Carrasco" y se me aparecería. Además cansados y eufóricos los dos. Él me parece guapísimo. Es como aquellas representaciones de Jesucristo de los calendarios. Un Cristo rubio y de ojos claros que embelesan a algunas señoras. Cuando todo apunta que era más bien moreno y de nariz chata. Decidí ir al baño pero antes me santigüé por si acaso. Hace tiempo que dejé de creer en Jesucristo y vi un poco de pasada Operación Triunfo 2. No ocurrió nada. Pero coincidió que llevaba puesta esa noche una camiseta blanca de tirantes Abanderado. Apagué la luz y me puse mi antifaz para los ojos que noté un poco áspero y cada vez más ancho, volviéndose de rafia, como si fuera una bandana. Me encanta la joyería, pero para dormir me es impensable. En el cuello algo me ahogaba: lo toqué con mis dedos (el tacto es mi sentido favorito) y reparé que llevaba puesto un choker de cuentas con la bandera de Jamaica. Esos mismos dedos parecían explotar por la presión de anillos de plata. No era algo bueno, pero me relajó que mis dientes no fueran tan perfectos al tocarlos. Había ocurrido de nuevo. Me estaba transformando en Manuel Carrasco. Me esforcé en olvidar la situación e intentar dormir. Soñé que estaba en Caños de Meca, a pesar de no haber estado nunca y que María Magdalena se acercaba a mí en el chiringuito a comerse conmigo unos chopitos. Me levanté hundido en un charco de sudor y sal.