Aquella mañana, mientras se dirigía al trabajo, vio en un escaparate, un abrigo de pelo corto y fino, mitad marrón canela mitad blanco marfil. Ese amor a primera vista hizo que entrara y lo comprara sin ni siquiera mirar el precio. Durante toda la jornada laboral, tuvo un fuerte antojo de comer pipas. Sabía que en el hall de entrada a la oficina, había un terrario con girasoles, y decidida, dejó sus cascos y se acercó a olisquear por si hubiera alguna pipa que pudiera degustar. Salió por la puerta giratoria con el abrigo puesto. Compró en el kiosko al menos doce bolsas de Piponazo. Paseó hacia su casa andando haciendo eses, asustada por los gatos que asomados por las ventanas, le maullaban. Le picaba el labio superior, le extrañó, pues se había hecho "el bigote" la semana pasada. Al mirarse en el espejo del ascensor, y hacerse un reflectograma con su nuevo abrigo de pelo para redes sociales, se percató de que sus ojos azules estaban desfasadamente dilatados, hasta ser enteramente negros. Su novio le recibió con una sorpresa. Le había envuelto con un enorme lazo rojo una cinta de gimnasio para correr. La semana había sido dura, tuvo el impulso de saltar sobre ella para desfogar. El suelo del cuarto de baño estaba lleno de serrín. En la cocina las botellas de agua mineral eran pipetas. Su apartamento era una jaula. Su cama matrimonial estaba hecha de algodones. Recibió un mensaje de su ginecólogo felicitándola, estaba embarazada de siete.

No hay comentarios:

Publicar un comentario