"El chicle infinito"

Decidí comprar para rememorar un poco mi infancia: feliz, distraída, revolucionada, y a lo magdalena de Proust, un chicle boomer de fresa ácida (ya no se fabrican) pero el kiosquero (los kiosqueros ya no existen) me ofreció un chicle boomer Maxiroll de casi dos metros de chicle enrollado. A todos nos gusta arriesgar probando nuevos bares o restaurantes, ¿Por qué no también con los chicles? Di el sí quiero y me dirigí a coger el metro. Me senté, abrí la cajetilla redonda y mordí el extremo del chicle enrollado como un churro en la sartén. Y hasta ahora que lo escribo, estoy mascando. No he podido separar mi boca de ese chicle infinito. No pensé que me mintiera el kiosquero. Era él quien medía dos metros, el chicle mucho más, no se acaba nunca. Saliendo de la boca del metro parecía una serpiente, camino a casa parecía estar atado por un camino de chicle al trabajo. Tuve que ducharme mezclando los aromas a vainilla del gel con el del chicle. Utilicé la retahíla de chicle como foulard (soy un estilista frustrado). No quise ser tremendista y me fui a la cama envuelto en chicle como una momia rosa. Soñé que un superhéroe superpetado en su uniforme espacial superazul me relataba con voz dulce el mito de Sísifo. Desperté con la esperanza de haber acabado el roll. Pero tuve que mojar el chicle en el café y preparar la mochila utilizándolo como asa para disimular. Me dolían las mandíbulas. Un niño, al hacer un pompa gigante pidió a sus padres que me echaran una moneda. Y ahí me quedé. Un cazatalentos me contrató para su circo de freaks. Lunes, miércoles y viernes. Es un dinero extra y puedo comprar todas las nubes, todos los flashes y todos los gusanitos que quiera. La verdad es que tengo mucho más éxito con esta nueva virtud que con mis collages de cafeteras moka. Yo solo quería rememorar mi infancia. Y como todo el mundo dice, la infancia siempre estará ahí y no te abandona nunca.

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