Creo que fue Flaubert quien dijo que a nadie le interesaba leer sobre la madre o la abuela de alguien. Tampoco, supongo, sobre la vida íntima sexual de uno. ¿Ni de sus rutinas culinarias? O autobiografías, a no ser que seas Marlene Dietrich, o Sofía Loren o Carmen Maura. Los temas más tontos supongo que se pueden utilizar como excusa para demostrar cierta profundidad. Hablar sobre cómo mientras te comes una magdalena tienes unos flashbacks tremendos a tu infancia. Si parte del desayuno, quizás entonces sí interesa tu primer beso. Degusta un pollo frito mientras escribes sobre tu puesto de funcionario público. Asesina a alguien en la ficción mientras cortas patatas a lo gajo. O unas lentejas para seis mientras tomas notas para un poema doméstico confesional. ¿Escribes sobre Drácula? Existe un helado. ¿Sobre el infierno? Hecha más tabasco a la pasta. ¿Sobre fantasmas? Aprovecha para doblar las sábanas mientras brota el café de la cafetera. Cualquier excusa es buena para tener ideas mientras estás en la cocina. Normalmente, se nos ocurren a la mayoría mientras nos damos una ducha o bajamos por ascensor. Quisiera ser mejor cocinero. No creo que alguien pueda ser verdaderamente creativo si no lo es cocinando. ¿1080 recetas de Simone Ortega? Guerra y Paz. ¿Arguiñano? Borges. ¿Dabid Muñoz? Houellebecq. Bebe un vaso de agua mientras resuelves un caso a lo Sherlock Holmes. Aliña la ensalada como Terenci Moix. Si se te quema el estofado, Larra. ¿Un brunch? Shakespeare.

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